Dos hechos están en el origen de su radicalización y ruptura con el mundo occidental: la desintegración de la Unión Soviética y la guerra de Yugoslavia. Téngase en cuenta que Limónov había salido de su país en 1974, con 31 años y no regresó hasta 1991, consumada ya la caída del sistema soviético, con 48 años. La infancia y la agitada juventud del autor se identificaban con el aparentemente poderoso sistema que estaba derrumbándose. La iconografía soviética siempre acompañó a Limónov en sus sucesivas residencias: desde la enorme bandera roja con la hoz y el martillo que hacía las veces de colcha hasta los retratos de Lenin colgados por las paredes. Digamos que tanto a él como a Natacha les gustaba recrear la estética de su perdido país, sin por ello dejar de integrarse plenamente en los países de acogida. Creo que sus fotos y los vídeos ilustran bien lo que acabo de decir.
La evolución de Limonov es perceptible en los siguientes vídeos. En el primero, de 1986, coincidiendo con el momento de la publicación de Autorretrato de un bandido adolescente, se presenta así: "yo soy un comunista independiente". Pero el centro de la entrevista gira en torno a su vida de escritor:
"está bien vivir en otros países", "yo represento un nuevo tipo de escritor [ruso], ni oficial ni disidente"...
"[En un programa de TV] me preguntaron, ˝si usted no es un escritor disidente, ¿por qué no vuelve a Moscú?˝ No pueden comprender que hay otras cosas. Para mí el problema no es vivir aquí o allá..."
Sin embargo, en la siguiente entrevista, mucho más política, de noviembre de 1989, a raíz de la publicación de La gran época, en que rememora los años "heroicos" y la figura de su padre, oficial del Ejército Rojo, destinado en la NKVD, se aprecia ya un cambio en la actitud de Limónov, que aparece vestido de militar soviético y responde así a las sucesivas preguntas del entrevistador:
Entrevista a Limónov en la TV francesa, noviembre de 1989
—¿Qué es lo que prefieres del capitalismo?
—La eficacia.
—¿Qué es lo que detestas del capitalismo?
—La hipocresía.
—Y del comunismo, ¿qué es lo que prefieres?
—El comunismo es también un colectivismo... Lo que prefiero del comunismo es el colectivismo, que las personas son más iguales; no son iguales, pero son mucho más iguales que aquí. La igualdad. De los tres lemas de la Revolución francesa, Libertad, Igualdad y Fraternidad, los comunistas toman la Igualdad y la Fraternidad, la libertad... —el entrevistador lo interrumpe.
—Vale, eso es lo que quería preguntarte, lo que no te gusta del comunismo es que no hay libertad, es eso lo que quieres decir...
—No, eso es también una generalización, digamos que Libertad, Igualdad y Fraternidad son también una generalización... y también la libertad... ¿Libertad para hacer qué?, es una especie de..., ¿sabes?, creo que las palabras democracia, libertad, totalitarismo... son términos del vocabulario de la Guerra fría. Ahora ya no son utilizables, porque no puedes definir... la libertad, ¿libertad para hacer qué? ¿Libertad personal? ¿Libertad para manifestarse? Las verdaderas libertades, totales, las precisa solo una persona entre un millón... [...]
—Tú has perdido todas tus ilusiones sobre la Perestroika, dices que forma parte de un arrepentimiento dovstoiescano muy extendido entre los rusos, subyugados por un Occidente que, como tú dices, es viejo, sin orgullo, sin dignidad, corrompido, decadente... Y la Perestroika, tú crees...
—Yo acogí favorablemente la Perestroika, la democratización, la Glasnost, como decimos, pero no hay que destruir el pasado, es una gilipollez...
—¿Crees que Rusia va a evolucionar hacia una socialdemocracia o hacia un musolinismo?
—No, no... Yo creo que, que será más bien... que seguirá siendo un país comunista, sin duda, es decir, un país colectivista...
—¿Crees que va a seguir así?
—Sí... Por qué hay que destruir, demoler todas las estructuras de las sociedades que ya están establecidas... Demoler siempre es lamentable...
—Tú echas un poco de menos, Rusia, la URSS, ¿no?
—Pues sí, echo de menos "la gran época", evidentemente...
—¿Qué es lo que echas de menos?
—Echo de menos al hombre, la imagen del hombre, que era, quizá, durante las guerras, sobre todo, la imagen del hombre que combate, el hombre soldado, eso es lo que echo de menos.
Tan apasionante como la vida de Limónov lo es la de su pareja en aquella época: Natacha o Natalya Medvedeva. Quince años más joven que Limónov, se había ido a vivir a Los Ángeles en 1975, con tan solo 17 años, y en 1982 se trasladó a París con Limónov. En Los Ángeles había trabajado de modelo (aparece en la carátula del primer álbum de The cars) y en París se inició como cantante y en 1989 publicó Mamá, amo a un sinvergüenza, su primera novela, a la que siguieron En el país de las maravillas y Hotel California, donde recreaba su etapa en Los Ángeles. También escribió para L'Idiot international, semanario satírico político francés en el que también colaboraba Limónov. En 1993, dos años después que su marido, se trasladó a vivir a Moscú, pero poco tiempo después se separó de él. En Rusia grabó dos álbumes con sus canciones: Tribunal Natalya Medvédeva y Ellos tenían una pasión (1999). Murió repentinamente en febrero de 2003, con tan solo 44 años.
"De pronto se me ocurre una idea: ponerme el uniforme escolar sobre mi cuerpo desnudo. Lo saco de la cartera. No quedaría mal con el pañuelo rojo de los pioneros. Pero ya no soy pionera. En lugar del pañuelo rojo, me pinto de rojo los labios...
El día de Nochevieja, junto con el de mi cumpleaños, es la única fiesta sin chorradas políticas. Por supuesto, a medianoche Breznev tartajea una perorata en la radio sobre la mejora de la producción y la lucha contra el imperialismo. Luego se escucha el carrillón del reloj del Kremlin en la Plaza Roja, y todo el mundo olvida lo que acaba de decir. Burbujea el champán, se encienden bengalas y relucen los pinos con guirlandas tras las oscuras ventanas de los edificios. La gente se abraza y lanza hurras al aire".
[de Mamá, amo a un sinvergüenza]
En Moscú se dedicó sobre todo a la música. Fundó el grupo Tribunal, de punk-rock, y cantó como solista con los grupos Hyj Zabej y Corrosia Metalla, con cuyo guitarrista, Sergei Vysokosov, estuvo unida sentimentalmente. Grabó algunos vídeos musicales; uno de ellos en apoyo de los serbobosnios, en el que aparece Limónov conversando con el líder nacionalista serbobosnio Radovan Karadzic.
Sin embargo, mientras vivía en París sus puntos de vista, como los del propio Limónov, eran muy diferentes de los que ambos adoptaron al volver a Rusia. Natalya Medvedeva, en el momento de hacerle la siguiente entrevista para Diario 16, en 1991, es decir, en pleno proceso de descomposición de la Unión Soviética, estaba muy lejos de plantearse su regreso a Rusia y veía los acontecimientos que allí se sucedían a vertiginosa velocidad con cierto escepticismo:
ENTREVISTA CON NATACHA MEDVEDEVA (París, 1991)
El exilio ruso, muy importante entre los intelectuales ya
en el siglo XIX, conoció cierta inflexión durante los primeros años que
siguieron a la revolución de Octubre, cuando muchos intelectuales y artistas —pensemos, por ejemplo, en Kandinsky— se sumaron con entusiasmo a la epopeya
revolucionaria. Luego, llegó la decepción y el cansancio. Y muchos volvieron a
exiliarse, otros se quedaron en el camino, víctimas de la represión o de su
propia desesperación, y otros, en fin, optaron por la aceptación incondicional
del sistema, que les brindaba reconocimientos y privilegios, aunque les privara
de libertad.
¿Qué piensan los exiliados de la situación actual en la
URSS? Casi todos -menos Solzhenitsyn, que se niega a abandonar su fortaleza, su
dorado gulag norteamericano- han aprovechado estos años de liberalización para
volver a la URSS. Pero casi siempre se trata de viajes episódicos, el tiempo
justo para ver a la familia y a los amigos, y ocuparse de la promoción de sus
libros, que, finalmente, comienzan a ser publicados. La mayoría no se plantea
su regreso. Durante su exilio, muchos —privados de su nacionalidad al abandonar
el país— tuvieron que batallar largos años para escapar a su condición de
apátridas y conseguir una nueva nacionalidad. Hoy son más conocidos en sus
países de adopción que en su país de origen, y suelen mantener hacia los
recientes acontecimientos de este último una actitud mucho más escéptica y
crítica de lo que algunos podrían suponer. Es el caso de los escritores Edward
Limónov y Natacha Medvedeva, ambos afincados en París, donde iniciaron su
carrera literaria. Edward Limónov —cuya novela Historia de un servidor ha sido publicada en España por Ediciones
del Oriente y del Mediterráneo— fue ya entrevistado en estas páginas el mes de
junio pasado. Hoy entrevistamos a Natacha Medvedeva, todavía inédita en España,
pero con un sorprendente recorrido artístico: de modelo de alta costura y
cantante en los music hall parisinos
a escritora y cantante en un grupo de rock.
—¿Cuál es su nacionalidad actual?
—Me privaron de la nacionalidad soviética al abandonar
el país. En Estados Unidos conseguí el status
de residente, pero no la nacionalidad. Y en Francia, tampoco fue fácil, pues
para poder solicitar la nacionalidad me obligaron a inscribirme antes como
refugiada. Por fin, conseguí la nacionalidad francesa.
—¿No tiene previsto regresar a la Unión Soviética?
—¿Para hacer el qué? Mi trabajo está aquí más
reconocido: tengo mi grupo de rock, colaboro en varias revistas, publican mis
libros... Además, no es nada fácil publicar allí la clase de literatura que yo
hago. Sin ir más lejos, acabo de enterarme de que me han publicado un cuento
censurando todas las expresiones malsonantes. ¡Es increíble! ¡Un cuento
centrado, precisamente, en el empleo de ese tipo de expresiones!
—En Francia, usted ha publicado ya dos libros, Mamá, amo a un sinvergüenza, en el que
narra su vida de adolescente durante los últimos años de la época de Brezhnev,
y En el país de las maravillas, en el
que cuenta su regreso a la URSS en plena perestroika. ¿Puede hablarnos de estos
libros?
—El primero es mucho más vital, aún cabe la esperanza.
En el segundo, por el contrario, el horizonte que se dibuja es mucho más negro,
tal y como yo veo la Unión Soviética actual. Y, si bien es cierto que los
rusos no son muy alegres que digamos por naturaleza, en mis dos últimos viajes
he encontrado a mis excompatriotas más sombríos y más agresivos que nunca.
Antes, la gente vivía más la calle; la calle era un lugar de encuentro, sobre
todo para los jóvenes.
—Sin embargo, la idea que prevalece en Occidente es la
contraria...
—La imagen de la Unión Soviética en Occidente está
totalmente mediatizada, no sólo por los medios de comunicación, sino también
por los sovietólogos, esos "expertos" casualmente reclutados siempre
entre los círculos antisoviéticos. Por absurdo que parezca, la primera
condición para ser sovietólogo es detestar a la Unión Soviética.
—¿Pero es que podemos continuar hablando de la Unión
Soviética, o bien pertenece ya sólo a la historia?
—Yo creo que la Unión Soviética no ha muerto, aunque
hasta ahora sean sólo seis las repúblicas dispuestas a firmar el Tratado de la
Unión. La realidad es que la interdependencia es todavía muy grande, y que
muchas repúblicas no podrían valerse por sí mismas, como acaba de verse en el
caso de la arrogante Ucrania, que ha tenido que encargar en Francia la
confección de sus nuevos billetes de banca. Y sobre todo, la población está muy
mezclada, como sucede, por ejemplo, en la propia Ucrania, donde vive una gran
cantidad de rusos, y donde la situación puede degradarse "a la
yugoslava" si persisten en su nacionalismo estrecho e insolidario.
—Usted acaba de regresar de Leningrado, ¿o San
Petersburgo?, donde ha pasado unos días haciendo un reportaje para un
importante periódico francés, ¿puede decirnos cómo ha encontrado su ciudad
natal?
—En todo caso, Petrogrado, lo de San Petersburgo queda
tan lejos... Pues la he encontrado horrible, qué quiere que le diga. Antes, la
ciudad tenía dos caras: por un lado, parecía moldeada por Dostoievski, con el
MAL siempre acechando en las oscuras callejuelas y en los porches mal
iluminados, y por el otro, presentaba la brillante perspectiva de sus palacios
a orillas del Neva. Pero hoy, la cara que prevalece es la moldeada por
Dostoievski. La ciudad está muy abandonada, y las carreteras que conducen a
Leningrado son las peores de toda la Unión Soviética. Recuerdo la imagen de las
barrenderas, esas mujeres gruesas con sus grandes escobas, que mantenían limpia
la ciudad. Pues bien, en los diez días que he permanecido allí, en ningún
momento he visto ni hombres ni mujeres ni máquinas que hicieran algo por la
limpieza de la ciudad. Por no haber, no hay ni papeleras...
Muchas personas carecen hasta de un techo bajo el que
abrigarse. Cuando he preguntado de dónde han salido, nadie sabe nada. Sin
embargo, lo cierto es que en estos últimos años el número de refugiados es
enorme y no cesa de aumentar.
—¿Y cual es su procedencia?
—Vienen de todas partes, expulsados por los conflictos
étnicos: de Armenia, de Georgia, de Azerbaiyán, de Moldavia, de Bielorrusia...
—¿Pero quiénes son, según usted, los responsables de
esta degradación de las condiciones de vida en la Unión Soviética?
—Yo siempre he apoyado la "glasnost", la
democratización, pero, desgraciadamente, este proceso ha venido acompañado de
una desmoralización general... Los nuevos dirigentes han evolucionado de una
manera difícilmente asimilable por el pueblo. Yeltsin, hoy feroz anticomunista,
era comunista hace tan solo unos meses, y lo ha sido durante los últimos
treinta y cinco años. No es cierto que sean "nuevos". Yeltsin, como
Gorbachov, ha hecho la carrera política propia de la dirigencia comunista.
Ambos han comenzando siendo responsables provinciales... Lo único que les
diferencia es su carácter personal. Yeltsin es mucho más ambicioso y más brutal
en sus procedimientos que Gorbachov, pero lo que les une es que ni uno ni otro,
como tampoco Yákovlev, sabían a dónde conducía la "perestroika". Han
destruido lo existente sin preparar una solución de recambio... Todo ello unido
a ese sentimiento de inferioridad tan propio del alma rusa. Lo que viene de
fuera es siempre mejor. Hay también un sentimiento de culpabilidad heredado de
las omnipresentes tradiciones cristianas que condiciona negativamente la
objetividad histórica. El nihilismo que emana de gran parte de la literatura
rusa está muy relacionado con esos aspectos del alma rusa que acabo de
describir.
Lo cierto es que hoy en día muchos, sobre todo entre las
personas mayores, añoran la época de Brezhnev, en la que las tiendas estaban
bien abastecidas y podía encontrarse de todo, y las mujeres te hablan de
aquellas máquinas que cortaban tan fino el jamón. Ahora no hay ni máquinas ni
jamón, y lo único que se encuentra son los "muslos de Bush", como la
gente denomina los muslos de pollo congelados importados de Estados Unidos.
El confusionismo es muy grande. Muchos intelectuales
descubren ahora ideas que ya ni siquiera son de recibo en Occidente, y, al
mismo tiempo, siguen anclados en ese "estatismo", que sigue
constituyendo otro rasgo más del alma rusa. No en balde el zar y, luego, Stalin
eran los "padrecitos" para gran parte del pueblo. Se trata de esa
tendencia un poco infantil, heredada también del cristianismo, a considerarse
como parte de un cuerpo, de una gran familia: si se divorció, fue por culpa de
Stalin, si se fracasó, fue por culpa de Brezhnev...
—¿Cuál hubiera sido, entonces, a su juicio, la evolución
deseable para la Unión Soviética?
—Si tuviera que definir en una palabra la política desarrollada
durante estos últimos años en la Unión Soviética, diría que se trata de una
política autodestructiva. En 1987, la deuda exterior de la Unión Soviética era
de 5.000 millones de dólares, lo cual no era excesivo para un país tan grande.
Según Yákovlev, uno de los principales teóricos de la "perestroika",
estudios realizados en 1984 preveían una crisis de la economía soviética. Yo me
pregunto, por qué razón se ha permitido que el país se deslice en esta crisis
sin hacer nada por atajarla. Lo cierto es que la deuda exterior es ahora de
60.000 millones de dólares y que las reservas de oro del país están ya
exhaustas.
No me gustaría que la Unión Soviética se rompiera y
apareciera en su lugar una serie de estados impotentes y dependientes de
Occidente. Muchos soviéticos creen que Occidente va a abrirles las puertas de
par en par, pero lo cierto es que los emigrantes son expulsados en Europa, que
los camiones que importan productos soviéticos son incendiados por los
agricultores, que temen una caída de los precios...
—Bueno, creo que ya es hora de dejar a un lado la
política y hablar un poco de usted...
—Abandoné la Unión Soviética en 1975, cuando tenía
diecisiete años...
—¿Era eso posible? Ni siquiera era usted mayor de
edad...
—No, pero estaba casada. Me había casado a los dieciséis
años. Mi marido era judío y, por tanto, tenía más facilidades para salir,
facilidades que aprovechamos para irnos a Estados Unidos, a Los Ángeles. Aunque
estábamos influenciados por los exiliados, y leíamos a Orwell, Solzhenitsyn...,
no nos fuimos por motivos políticos. Allí permanecí hasta 1982, trabajando de
modelo. Posaba para revistas, participaba en desfiles de alta costura... En
fin, el trabajo típico de una modelo. Pero no me satisfacía ser utilizada para
mostrar el trabajo de otros. Fue entonces cuando comencé a cantar. Después de
haber vivido en Leningrado, la vida en Los Ángeles me resultaba demasiado
monótona, así que terminé dejando a mi marido y viniéndome a vivir a París.
—¿Y fue aquí, en París, donde comenzó a escribir?
—No, había empezado a escribir poesía en Estados Unidos,
poco antes de divorciarme, en plena época de Reagan. En París, me pasé a la
prosa.
—¿Siguió cantando durante todo este tiempo?
—Sí, cantaba todas las noches en los Campos Elíseos, en
el restaurante Rasputín, hasta que lo dejé, pues trabajar todos los días en el
mismo sitio y repetir las mismas canciones termina acabando con toda
creatividad, aunque no es fácil salirse de un sitio así, en el que llegas,
cantas tus cuatro canciones y ya no tienes que preocuparte de nada más. Luego,
trabajé en varios "music hall" de París, y, finalmente, he organizado
mi propio grupo de rock, con el que canto las canciones que yo misma he compuesto.
—Háblenos de sus libros.
—Comencé a escribir mi primer libro en 1984, cuando
todavía actuaba, con todo lo que eso quiere decir de trasnochar, levantarse
tarde, etc., así que tardé bastante en terminarlo... Se trata de una novela
autobiográfica en la que se relata la relación entre una adolescente rebelde de
quince años y un "businessman"
soviético. Ni qué decir tiene que los "businessmen"
soviéticos son muy diferentes de los "businessmen"
occidentales...
—Ya entonces puede apreciarse una ruptura con el sistema...
--Efectivamente, conocí muchas chicas que llevaban una
doble vida, como yo; de un lado, el colegio, la familia... y, de otro, una vida
más o menos libertina: sexo, rock, alcohol, mercado negro, literatura de "samizdat"...
—Es decir, el sistema era incapaz de integrar a la
juventud...
—Pues claro, en los años sesenta el sistema estaba ya
caduco. Recuerdo que ya entonces mi hermano mayor se reunía con sus amigos para
escuchar música, y las canciones que escuchaban eran siempre canciones
prohibidas o, al menos, mal vistas por las autoridades. Muchas de las cosas que
los soviéticos están descubriendo ahora, ya las habíamos descubierto nosotros
en los años sesenta-setenta. Todos aquellos slogans
del estilo "Avancemos hacia un futuro luminoso" no nos decían nada,
evidentemente. Por aquel entonces yo me dedicaba a traducir las canciones de
The Rolling Stones y The Doors. Es como aquí, en Francia, siempre llenándose la
boca con grandes lemas, "Egalité", "Fraternité", etc.,
pero, luego, ¿dónde están las tan cacareadas "Egalité" y
"Fraternité"? Ahora, me he encontrado en Leningrado con jóvenes que
estaban encantados con el golpe militar, que les había permitido vivir la
experiencia de las barricadas, "como en 1968", me decían, pero lo
cierto es que en Moscú hay nueve millones de habitantes, y en ningún momento
parece que hayan salido a la calle más de 50.000, y que en Leningrado tan sólo
tres fábricas siguieron la consigna de huelga lanzada por Yeltsin. Y es que la
gente está cansada y desmoralizada, superada por los acontecimientos y por la
degradación de sus condiciones de vida. En Leningrado se ha vuelto a los vales
de racionamiento, como cuando la ciudad era asediada por los alemanes.
—Volvamos a su libro...
—Mamá, amo a un
sinvergüenza se publicó en Francia y, luego, en Alemania. Posteriormente he
escrito otros libros: Una maniquí rusa en
Los Ángeles, que permanece inédito en Francia, pero que va a ser publicado
en la Unión Soviética; En el país de las
maravillas, publicado también en Francia y en Alemania, en el que la
protagonista narra su reencuentro con la Unión Soviética, tras una larga
ausencia; y, finalmente, también he publicado varios relatos.
Página web en ruso dedicada a Natalya Medvedeva
Muchísimas gracias por transcribir la entrevista. Y también muchísimas gracias por éste blog. Saludos desde Chile
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