Entrevisté a Eduard Limónov y sentí deseos de estrangularlo
A lo largo de la entrevista, Limónov no me mira a los ojos en ningún momento.
Sabina Urraca - 11 de junio de 2019
Me acerco a la barra del bar y pido un
chupito de tequila. El camarero observa mi temblor. "¿Estás bien? ¿Qué
tienes, una entrevista de trabajo?". Sabiendo que ninguna frase puede
explicar del todo a lo que me voy a enfrentar, murmuro algo así como que
voy a entrevistar a un escritor, o más bien a un personaje, que además
escribe, que me fascina. El camarero me mira con sorna. Primer momento
de ridículo, de sentirme una idiota. "Pero no te preocupes, mujer, que
si es tan de puta madre seguro que es un tío guay. No tengas miedo", me
dice. ¿Un tío guay? Siento que me acerco a pasitos cortos a esa brecha
que separa el personaje que amamos en la distancia de la persona que
realmente es. Para relajarme, imagino sus vísceras, las tripas de
Limónov, borboteando como las de cualquier otro, en la oscuridad del
cuerpo.
Estoy
en el local contiguo al edificio en el que, en un ático soleado, Eduard
Limónov espera bebiendo vino, charlando con su editor (César Sánchez,
de la editorial Fulgencio Pimentel)
y la traductora (Tania Mikhelson, una niña prodigio de la traducción).
Eduard Limónov, de nacimiento Eduard Savienko, hijo del proletariado
ruso, adolescente gamberro, confeccionador de pantalones, poeta,
novelista, político, mujeriego, sufriente por amor y causa de
sufrimiento por amor, exiliado de la URSS, ocasionalmente gay entre los
arbustos de Central Park, estalinista, punk, esteta, homeless, mayordomo
de un millonario, personaje estrambótico de la vida cultural parisina
de los 80, activista político, militar en el bando de los serbios,
miembro de la resistencia contra el régimen de Putin, fundador del
Partido Nacional Bolchevique, condenado a prisión y mundialmente
conocido a raíz, sobre todo, de la biografía novelada que Emmanuel
Carrére escribió sobre él, bebe vino y come productos riojanos a pocos
metros de mí.
Sólo tengo que llamar al telefonillo, subirme al ascensor. Ha venido a España a presentar El libro de las aguas,
publicado por la editorial Fulgencio Pimentel, unas memorias hermosas a
más no poder, desgarradoras, intensas como sólo pueden serlo unos
textos escritos en la cárcel por alguien que piensa que pasará 14 años
en una celda -finalmente fueron 2-, unos relatos de aventuras que toman
como hilo conductor las aguas que bañaron su cuerpo y su alma, y que
hablan, sobre todo, de guerra y amor. Llamo al telefonillo.
Nadie
lo ha mencionado en las diversas entrevistas y artículos que han ido
saliendo estos días, pero es evidente, y al principio, sin poder
evitarlo, se me encoge el corazón: Limónov, en nuestras cabezas, es
indestructible, pero en la realidad, el tiempo ha pasado por su cuerpo:
tiene unos 76 años frágiles, los brazos delgados -asoma de vez en cuando
su limonka, el tatuaje de la granada de mano en el brazo, algo
marchita- aunque la elegancia sigue intacta. Pelo y barba enteramente
blancos, ojos impenetrables. Me estrecha la mano, se sienta. Y entonces,
como un gas que se va expandiendo hasta intoxicar a todo un pueblo,
siento cómo su mirada se nubla y lo envuelve un halo de autismo.
A
lo largo de la entrevista, Limónov no me mira a los ojos en ningún
momento. A lo largo de la entrevista, responde en voz queda, inaudible, a
veces moviendo sólo los labios, para desesperación de la traductora y
angustia mía. A lo largo de la entrevista, sonríe sólo una vez. Le
pregunto algo y él responde desganado, cada vez más lleno de furia,
cosas que no tienen que ver con mis preguntas. Hay dos veces en las que
estoy a punto de irme. Él está a punto de irse todo el rato. De El libro de las aguas dice: "Es un éxito, uno de los mejores libros que escribí. Tenía que escribirlo y lo escribí". Silencio.
Le cuento que a veces tengo el capricho obsceno de la cárcel como retiro
literario, que me escribo con dos presas de la cárcel, que las dos
escriben, y que lo hacen cada vez más, casi compulsivamente. Noto en sus
ojos un interés que se apaga casi inmediatamente. Parece que va a
hablar. La traductora y yo mantenemos nuestras sonrisas congeladas.
Limónov habla: "Escribí este libro en una cárcel de régimen especial
para los enemigos de estado. La cárcel es una experiencia muy buena en
muchos sentidos. No veo nada horrible en la cárcel. Es un lugar
maravilloso para escribir libros: nadie te molesta, sientes mejor la
profundidad de la vida estando encarcelado. Cualquier situación extrema,
como por ejemplo la guerra, la cárcel o la emigración, es una prueba en
la que la persona muestra todas sus cualidades, y a veces eso lleva a
la gente a sacar fuera lo más interesante de sí misma. En la vida
normal, en cambio, cuesta mostrar algo específico, la intensidad se
pierde".
Vuelve a caer en un mutismo enfurruñado. Se mira incesantemente los
dedos, los anillos: un trilobites negro, un grueso anillo de plata con
la efigie de Mussolini. ¿Quién es ahora Limónov? ¿Qué hace? ¿Cómo es su
casa? ¿Qué lee? ¿Escribe? ¿Por qué ese trilobites en el anillo? Quisiera
saberlo todo, pero él corta las preguntas con un machetazo: "Mi vida
ahora es horrible. Vivo como puedo. Pero mi vida ahora no importa. Me
interesa más bien poco. A veces me cansa mi propia existencia, no me
apetece demasiado pensar en ella. Me interesan las cosas del mundo
exterior". Las palabras quedan suspendidas. Veo que se quiere ir. Le
pregunto si se quiere ir. Ni siquiera me responde, sigue mirando al
vacío.
Cuando comento que en este libro habla de agua, de guerra y de amor y
sexo, salta ofendido: "¡Eso no es así! Yo no hablo de sexo; hablo de
relaciones. De hecho, odio el sexo". Nos quedamos en suspenso. Sí,
comprendo, yo también, después de leer El libro de las aguas,
siento cierto agotamiento físico, un asco hacia todo ese trajín que
conllevan las relaciones humanas: animales apareándose, buscando
poseerse, sufriendo. Realmente, lo único que quiero decirle es: "¿Estás
cansado, verdad? Yo también estoy bastante cansada". Y quedarme en
silencio, como él, mirando al infinito. De pronto añade: "Nunca he
forzado a nadie a amarme".
Me pregunto, y le pregunto, si él,
este sabio que ha satisfecho sus ambiciones, que ha vivido tanto, ha
conseguido al fin la calma, y me doy cuenta de que en realidad eso es lo
único que me importa en esta entrevista: saber si el personaje está en
paz, saber si ha descubierto que se puede estar bien en la nada más
absoluta. Me mira enfurecido (pero al menos me mira) y, en un susurro
feroz, me larga: "La entrevista como género es un intento de
desenmascarar a una persona, de conseguir una supuesta verdad oculta,
quitando todas las máscaras de un personaje, y eso es algo que no
funciona con personas inteligentes. Freud se equivocaba pensando que se
podían analizar todas las cosas, el origen de un libro. Los libros se
escriben de forma azarosa, por casualidad, y los libros importantes que
quedan en la historia son los libros que por casualidad ha descubierto
algo. La única forma de valorar un libro es saber si ha descubierto algo
importante. Un libro fracasado es un libro que no trae nada nuevo.
Espero que tengas claro eso". Resulta casi amenazante. seguir leyendo
Los dos primeros títulos de Limónov en español publicados por ediciones del oriente y del mediterráneo
Limónov: fusiles y semen
Líder
del Partido Nacional Bolchevique saltó a la fama en Occidente gracias a
la novela biográfica escrita hace casi una década por Emmanuel Carrère.
https://www.milenio.com/cultura/laberinto/limonov-fusiles-y-semen
er
del Partido Nacional Bolchevique saltó a la fama en Occidente gracias a
la novela biográfica escrita hace casi una década por Emmanuel Carrère.
https://www.milenio.com/cultura/laberinto/limonov-fusiles-y-semen
Líder del Partido Nacional Bolchevique saltó a la fama en
Occidente gracias a la novela biográfica escrita hace casi una década por
Emmanuel Carrère.
Víctor Núñez Jaime
Madrid / 14.06.2019 21:25:21
Tiene aspecto de viejo moderno —alto, delgado, barba y pelo
grises y bien cortados “a lo Trotsky”, gafas de pasta, pantalón de mezclilla,
chamarra de cuero (que no deja ver la granada tatuada en un brazo)—, pero
Eduard Limónov avanza por el Parque del Retiro sin llamar mucho la atención.
Bajo un sol furioso, camina dispuesto a contar las batallas de su vida ante un
puñado de personas y luego a encerrarse, con resignación, durante un par de
horas en una de las casetas montadas a lo largo de todo el Paseo de Coches (el
espacio del parque donde año tras año, desde hace 78, se lleva a cabo la Feria
del Libro de Madrid), para dedicarle a sus lectores alguno de sus libros
autobiográficos, incluido el más reciente editado en español, El libro de las
aguas. El autor no ha llegado a España directamente de Moscú, sino de Valencia
donde, a sugerencia de sus editores, se bañó en el Mediterráneo para ver si
luego escribe algo sobre este cálido mar.
Limónov saltó a la fama en Occidente gracias a la novela
biográfica o biografía novelada escrita hace casi una década por Emmanuel
Carrère, en la que aparece como un personaje desmesurado y estrafalario,
salvaje y paradójico, pendenciero y ambiguo, escurridizo y estrambótico, héroe
romántico y majadero abominable, fascinante y detestable a partes iguales.
Limónov, sin embargo, ha venido aquí para dejar claro que, a excepción de él,
nadie puede retratarlo: “Carrère ofreció su visión de mí, una obra inspirada en
mí, pero no soy yo, no me reconozco. Aunque le estoy agradecido porque lo
hiciera. Tengo otros amigos que decían que iban a escribir un libro sobre mí,
pero no lo hicieron. Carrère, además, es muy diferente a mí; él es un
representante de la burguesía francesa, y yo no”, dijo en una carpa del Retiro,
durante la presentación de El libro de las aguas.
Eduard Veniamínovich Savenko, su nombre completo, es un
personaje poliédrico y complejo que ha construido su vida desde una profunda
convicción rebelde, casi provocadora, con alma de creador punk. Este ensayista,
novelista, agitador cultural, activista político, exiliado de la URSS, ex
guerrillero (al lado de los serbios), ex vagabundo sobre el asfalto, ex
mayordomo de un millonario y amante de “hombres negros, altos y de pene enorme”
en Nueva York, enfant terrible en París, golpista ruso, director de un
periódico de corte fascista, líder del postsoviético Partido Nacional
Bolchevique es hoy, a sus 76 años de edad, un icono de la resistencia política
contra el régimen de Vladimir Putin y, según los críticos, “un renovador de la
literatura rusa”.
Es hijo de un militar que, desde pequeño, aspiró a seguir
los pasos de su padre. Pero la miopía se lo impidió, pues usar lentes desde los
ocho años ni siquiera le permitió hacer el servicio militar. Quizá por eso en
su adolescencia se aficionó a la bebida, al hurto y a la lectura y después pasó
por la cárcel y un hospital psiquiátrico. Cuando en 1958 decidió incursionar en
la poesía, alcanzó cierto reconocimiento en círculos underground bajo el
seudónimo de Ed Limónov, una palabra compuesta por “limón” y “granada o bomba
de mano”. Todas sus experiencias las ha dejado en libros como Historia de un
servidor, Diario de un fracasado o Soy yo, Édichka.
Limónov es detenido por autoridades rusas tras una protesta
en Moscú. (AP)
Limónov fue encarcelado en abril de 2001, acusado de
terrorismo, conspiración por la fuerza contra el orden constitucional y tráfico
de armas (según el gobierno ruso, planeaba una revuelta militar para invadir
Kazajistán). Durante los tres años de su estancia en prisión aprovechó para
escribir El libro de las aguas. “Mi deseo en ese lugar era ser libre como el
agua. Además, creí que me iba a pasar quince años en la cárcel y me estaba preparando
para lo peor. Entonces recordé los episodios de mi vida y los recuperé”, contó
hace unos días en Madrid.
En su libro, Limónov utiliza el agua (mares, ríos, lagos,
estanques, piscinas, fuentes…) como hilo conductor de un relato que mezcla
pasajes poéticos y crudos. “Fusiles y semen en los orificios de mis hembras
amadas: he ahí el modesto resumen de mi vida”, afirma. Las playas del Pacífico,
del Atlántico, de la mediterránea Ostia (Italia), donde asesinaron a Pasolini;
el Volga, el Danubio, el Pacífico o el Panj, afluente del Amu Daria en la
frontera entre Afganistán y Tayikistán, desfilan por las páginas de una obra
con momentos de lirismo, patetismo y militarismo, en el que el protagonista es
el autor: un personaje que parece ir de rey a mendigo.
En los años noventa promovió el concurso “La chica más bella
de Rusia”, cuyo premio mayor era pasar una noche con él. “No soy partidario de
las mujeres por la mera razón de que no soy una mujer. Es imposible que lo
sea”, arguye. No importa que se le recuerde que el feminismo es igualitarismo:
“Ya no se puede hablar de igualdad porque se ha desatado demasiado
remordimiento. Así que imagino que esto acabará con un enfrentamiento entre
ellos y ellas”. ¿Realmente tiene las ideas tan asentadas como parece? “No hay
nada intencionado con mi obra y nunca he intentado provocar. Mis obras son
productos temporales del temperamento y las ideas de un artista”, dijo ante un
público anonadado al escuchar afirmaciones como “he estado en la guerra viendo
pasar las balas muy cerca de mí y sigo vivo. Es casi tan emocionante como el
sexo; me arrepiento de haber pasado 14 años con una mujer: podía haber
convivido con cinco. El capitalismo y el comunismo están acabados. Marx nunca
me ha caído bien”.
Encantado de conocerse a sí mismo, Limónov hizo gala de su
fama de ególatra. “El mejor momento de mi vida fue en la cárcel, porque la
cárcel eleva a una persona sobre sí misma. Lo único que falta es perspectiva:
grandes espacios urbanos, paisajes… Si alguien tiene a algún familiar o a algún
amigo entre rejas, mándale libros de fotografía o álbumes de fotos”, aconsejó.
“Ahora tengo una novia. La veo los fines de semana, porque está casada con su
marido. Mi primer hijo nació cuando yo tenía 63 años. Mi hija, cuando tenía 65.
Recuerdo que con 22 años pensaba que no sobreviviría a los 30, que nunca
procrearía, y sin embargo sigo vivo”, dijo en España el hombre que Emmanuel
Carrère considera “un héroe cool”.
Limònov: «Lo que aconsejo a todo el mundo es la rebelión»
El
escritor y político ruso logró cierta popularidad gracias al libro que
le dedicó el afamado autor francés Emmanuel Carrère. He aquí el retrato
de un maldito
Javier Villuendas - ABC Cultural - MadridActualizado:
Eduard Limònov es una especie de Sánchez Dragó ruso amigo de la revolución violenta; en estos pagos le conocemos gracias al libro que le dedicó el afamado Emmanuel Carrère.
Mujeriego y radical, fue vagabundo, mayordomo del dueño de Aston
Martin, punk, poeta bohemio en París... Hasta que a sus casi 50 años le
entró el gusanillo de la guerra. Y allí se fue como voluntario, estuvo
en Abjasia y en Transnistria, entre otras. Persuadido por Aleksandr Dugin, de gran influencia actual en Vladimir Putin,
fundó en los 90 el Partido Nacional Bolchevique, un engendro entre
fascista y comunista. Y acabó encarcelado acusado de terrorismo, en
donde escribió en el año 2002 «El libro del agua»,
estas memorias que ahora presenta en nuestro país. Un país que le ha
recibido con llamativa aureola de «rockstar» y le ha llevado a los
toros. Al colocar sobre la mesa el iPad y el móvil para grabarle, dice
que parecen cosas nazis «por su brillo». El día anterior a esta interviú
una periodista se marchó llorando tras conocerle.
«La puta y el soldado», las mujeres y la guerra, son los asuntos esenciales de su vida.
El
libro fue escrito en la cárcel, es por eso. Me sentí como una persona
que tenía que desaparecer durante 14 años, que era lo que me pedía el
fiscal. Estaba evocando las páginas más vividas e intensas de mi vida.
Y, efectivamente, eran las mujeres y la guerra.
El feminismo le calificaría de heteropatriarcado en su máxima expresión.
Soy un hombre mayor, tengo 76 años: ¿qué queréis de mí?
¿Cree que el feminismo va a cambiar políticamente el mundo?
Creo
que se está aproximando una guerra entre hombres y mujeres. Las mujeres
nos odian. Los hombres las fuerzan a quedarse embarazadas y a parir, y
ellas están cansadas de eso. Y han renunciado. Las comprendo pero no soy
una mujer sino un hombre. Creo que tarde o temprano tenía que suceder.
Rechaza
ser un provocador, pero en el libro utiliza expresiones muy gratuitas
para, por ejemplo con las mujeres, referirse a ellas como «zorras
malolientes».
Todo eso se puede explicar con la condena que
se me venía encima. Tenía 58 años cuando escribí ese libro y pensaba
que iba a morir en la cárcel. Quizás sea un poco provocador pero no
estaba esperando ningún resultado así que para mí tampoco lo es, era un
recuerdo sincero. Puede que sea provocativo en el contexto actual pero
es un recuerdo honesto.
¿Qué tal en la cárcel?
Estuve
muy bien, me gustó mucho. Es un sitio en donde sientes por fin una
cierta sabiduría. Nunca sufrí allí. Otros presos tachaban con furia los
días en el calendario, uno tras otro. En cambio, yo decía: «Yo vivo
aquí». Hay que vivir en la cárcel, no esperar a que te libren. Escribí
allí siete libros.
En España hay un famoso (Coto Matamoros) que se le acababa la condena y pidió alargarla para pasar la Navidad con otros presos.
Sí, eso puede suceder.
Dice no reconocerse en el personaje de Carrère. ¿Qué le parece como escritor?
Creo
que es peor escritor que yo. No es solo mi opinión, lo dice más gente.
Otros libros suyos tanto anteriores como posteriores son mucho peores
que el que me dedicó. Por ejemplo, he intentado leer el libro de San Pablo y,
aunque leo perfectamente en francés y soy un lector muy aplicado, no
pude leer más de 250 páginas. Sin embargo, le estoy muy agradecido
porque me presentó al mundo burgués de Francia. Él pertenece a una capa
social muy especial. Su madre es secretaria de la Academia francesa y su
padre es un empresario importante. En Rusia este tipo de personas se
les llama oligarcas, personas que acumulan mucha riqueza y poder. En
total, se vendieron 800.000 ejemplares en Francia y nueve ediciones en
Italia.
En
una pancarta de su Partido Nacional Bolchevique se leía: «Rusia lo es
todo. Lo demás, nada». ¿Por qué su nacionalismo es mejor que el de
otros?
No es nacionalismo, es imperialismo (risas). El
nacionalismo es la ideología de un pueblo, en cambio nosotros abarcamos
muchos pueblos: como los yakutos, los buriatos... Es por eso que lo
somos todo, somos un imperio. El Gobierno ruso tiene miedo de contar
cuántos musulmantes tenemos en el país, aunque han podido contar a todos
los perros errantes para ponerles fichas con un número.
¿Siente nostalgia de la Unión Soviética?
No
soy una persona propensa a sentir nostalgia, ni siquiera por mi propia
vida. Hay que valorar sobriamente el significado histórico de la Unión
Soviética.
Su afición a la literatura del yo, su
priorizar la nostalgia por su propia vida antes que por cualquier otra
cosa, no le acerca al individualismo liberal.
No soy
individualista, soy líder de una organización política. Nuestro lema
político es: «Putin no llega, Putin es poco». Proponemos algo más
agresivo que Putin, más decidido. Tenemos muchas cosas por hacer.
Tenemos ciudades fuera del país en Kazajistán, por ejemplo. El
presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, va a
palmar bastante pronto y, entonces, será absolutamente impredecible. En
cuanto muera Nazarbáyev, el país será dividido entre China y Rusia. Hay
millones de ruso-hablantes, muchos de los alemanes deportados en los
tiempos de Stalin, quedan allí sus nietos, que son
ruso-hablantes. Toda esa población se inclina hacia Rusia. No es una
conquista, es una reconquista (risas). Hay una población muy importante
allí de los cosacos, que no son kazajos. Y tenemos que recordar la
rebelión cosaca del s.XVIII de Yemelián Pugachov, un
líder muy importante. Fue una rebelión popular y puede suceder algo
parecido. Precisamente mi condena estuvo relacionada con un intento de
invadir un territorio del este de Kazajistán.
Usted, públicamente, decía que eso no era cierto.
Voy a ahorrar mi confesión si me permites. Hay mucha gente concernida.
Lo
de «Putin es poco» es lo que piensa el ideólogo político Alexander
Dugin, con quien usted fundó el Partido Nacional Bolchevique antes de
perder hasta la amistad que os unía.
Sí, ya no somos amigos pero
tenemos un pasado en común y un interés conjunto. Nos hemos educado con
las mismas ideas, unas ideas que están muy cercanas a Alain de Benoist en
Francia. En mayo estuve en París, hice una conferencia sobre Benoist.
Es un pensador cercano a mí y a Dugin. Conozco sus ideas desde hace 30
años.
La reivindicación y lucha de los chalecos amarillos le interesa.
Lo veo como una lucha del pueblo contra las élites. seguir leyendo
Eduard Limónov: "Puigdemont fue un gallina"
El legendario escritor y político ruso, convertido en
memorable personaje por Emmanuelle Carrère, pasea su fascismo chulesco por
Madrid
El autor publica 'El libro de las aguas', otro libro de
memorias que escribió mientras era prisionero de Vladimir Putin
Elena Hevia - El Periódico - Madrid - Sábado, 08/06/2019 | Actualizada 09/06/2019 - 15:10
Fotografía de David castro - elPeriódico
Impresiona ir al encuentro de un personaje como Eduard Limónov. Da un poco de miedito, la verdad. Se podría decir que es como mirar a los ojos y hacerle preguntas a Charles Manson o al mismísimo Belzebú; aunque
Limónov, sí, él en persona, calculadamente no mira directamente a su
interlocutora hasta bien avanzada la difícil conversación. La cita es en
el Retiro madrileño, en la Feria del Libro, ante la estupefacción de
los visitantes que no acaban de creerse que el ruso, el legendario personaje de la novela factual de Emmanuel Carrère,
sea alguien de carne y hueso. Con elegante atildamiento, anillos en las
manos y una perilla romántica como de Trotsky recién salido de la
dacha, Limónov luce a sus 76 años igual de irreductible que hace 20,
cuando Putin lo mandó a la cárcel. Allí escribió el texto que ha venido a
presentar, ‘El libro de las aguas’ (Fulgencio Pimentel), nueva
reescritura de su vida, en la que hay, adivinen, mucho misticismo
heroico, delirios de grandeza asumidos y frases que se clavan en la
mente como disparos. Resumir su vida como “fusiles y semen en los
orificios de mis hembras amadas” es la más suave. Lo de Belzebú podría parecer una exageración. Pero si se tiene en cuenta
que la bandera del partido que este escritor y político fundó al
regresar a Rusia, el Partido Nacional Bolchevique (PNB), es
sencillamente la enseña nazi con una hoz y un martillo en lugar de la
cruz gamada y que formó parte de patrullas de francotiradores a las
órdenes de Radovan Karadzic, la cosa no suena tan
descabellada. En sus múltiples reencarnaciones fue chico de la calle en
la Rusia postestalinista -lo que ofrece un plus de dureza berroqueña-,
se codeó con Andy Warhol y con la escena punk del CBGB
en Nueva York y sobrevivió allí como chapero de afroamericanos inmensos
(aunque se las da de Don Juan otoñal, Limónov siempre ha gozado de lo
mejor de ambos mundos), escritor de culto a lo Henry Miller, líder
fascista ya en su país, tras el desmantelamiento soviético. “Regresé
porque no quería envejecer tranquilamente en Francia y me parecía, como
así fue, que la vida en Rusia iba a ser más interesante”. Su llegada fue
la del hijo pródigo: más de cuatro millones de libros vendidos. Decir de él es que es un nostálgico del estalinismo de puño de hierro no
acaba de definirlo. Hay cosas que no cuadran: como por ejemplo que
Elena Bonner, la viuda de Andréi Sajarov -¡el disidente, el premio Nobel
de la Paz, la conciencia moral de Rusia!- dijera que era un tipo
estupendo. “Lástima que lo hiciera demasiado tarde”, se lamenta Limónov,
rabioso. Por su parte, Josif Brodski lo tildó de “bicharraco
pornógrafo”, en atención a sus amores eléctricos –intentó suicidarse por
algunos- y a sus opiniones explosivas. Y es que Limónov tuvo un
apellido real del que nadie se acuerda. Su seudónimo procede de la
palabra rusa ‘Limonka’, como el diario que fundó ahora prohibido, y que
quiere decir granada de mano. seguir leyendo
Con motivo de la publicación de El libro de las aguas por la editorial Fulgencio Pimentel, Limónov ha concedido varias entrevistas a medios españoles:
Entrevista de Salvador Enguix en LaVanguardia:
Eduard Limónov : “No me reconozco en el personaje de Carrère, no soy yo”
Fotografía de Anna Enguix
Aproximarse a Eduard Limónov (Dzerzhinsk, 1943)
impone cierto respeto. Porque el escritor ruso es un personaje
poliédrico y complejo, que ha construido su vida desde una profunda
convicción rebelde, casi provocadora, con alma de creador punk. Más que
una vida, varias vidas, y todas ellas con suficientes ingredientes para
hacer varias novelas, o sólo una, como la biografía que sobre él
escribió Emmanuel Carrère, Limónov, con gran éxito de crítica y público.
Porque este ensayista, novelista, agitador cultural,
activista político, exiliado de la URSS, exmilitar (al lado de los
serbios), exvagabundo sobre el asfalto y exmayordomo en Nueva York en
los setenta, tremendamente seductor, enfant terrible del París de
los años ochenta e icono de la resistencia política contra el régimen
de Vladimir Putin es, además de todo esto, un renovador de la literatura
rusa.
Su novedad literaria en España, El libro de las aguas (Fulgencio
Pimentel), escrito originalmente en el 2002, es un texto difícil de
clasificar, entre el dietario y el ensayo, casi un relato de aventuras,
las suyas, a lo largo de varias décadas. Un libro lleno de anécdotas,
personajes, momentos, espacios y mujeres, siempre en geografías bañadas
por el agua, escrito en la prisión, donde fue recluido por activista
político contra Moscú. Durante la entrevista, Limónov confirma un enorme sentido del humor.
¿Conocía usted este trozo del Mediterráneo?
La verdad es que nunca, y creo que he estado cerca de todas las aguas del mundo. ¿Ahora que lo conoce, le inspiraría este lugar un capítulo para añadir a su libro?
Por
supuesto, es impresionante la luz que se refleja en esta parte del
Mediterráneo. Sí que he visto en los mapas que estamos por diez grados
de latitud por debajo de Moscú, aunque la temperatura es muy diferente. Leído
el libro, no tengo claro cómo calificar su obra. Es un relato de sus
vivencias, escogidas para ofrecer una lectura ambiciosa de su vida. Pero
también parece un relato de aventuras, las suyas durante varias
décadas.
El género está determinado por el agua, que es el
elemento conductor. Pero piense que este es un texto que escribí desde
la prisión, y mi deseo en ese lugar era ser libre como el agua. Además,
creí que me iba a pasar quince años en la cárcel y me estaba preparando
para lo peor. Entonces recordé los episodios de mi vida y los recuperé.
Limónov: "El feminismo ha destruido el misticismo del sexo"
El escritor, político y agitador visita por primera vez España para presentar el último volumen de sus radicales memorias.
Darío Prieto - El Mundo
Fotografía de Alberto Di Lolli
El diccionario de la
RAE dice, en la segunda acepción del término, que "provocador" es aquel
"que trata de promover reacciones, actos radicales o revueltas". Pero es
que, originalmente, la entrada hace referencia a esa persona "que
provoca, incita, estimula o excita". Eduard Limónov
(Dzerzhinsk, 1943) nos excita y nos atrae por su vida única y su forma
de enfrentarse al mundo: de moderno imposible en la Unión Soviética a
indigente en Nueva York, escritor 'destroy' en París, cabecilla
voluntario en las guerras de los Balcanes y de independencia de Abjasia y
Transnistria (siempre de parte de los 'malos', según el punto de vista
occidental), líder de la oposición rusa a Putin y fundador del Partido Nacional Bolchevique, una amalgama de cabezas rapadas, góticos e inadaptados conocidos como los 'nazbol'.
Su vida, hasta entonces una anécdota al margen de la literatura, quedó popularizada por Emmanuel Carrère en 2011 en
uno de los grandes éxitos de no ficción de los últimos años. El
escritor francés presentó una vida que resultaba increíble cuyo relato
acababa poco después de la salida de prisión, en 2003, tras dos años
encarcelado tras ser acusado de un delito de terrorismo y de,
supuestamente, intentar iniciar una revuelta con los 'nazbol'. En la
cárcel se dedicó a escribir y esas memorias postreras del incómodo por
antonomasia se publican ahora en español por la editorial Fulgencio Pimentel como 'El libro de las aguas',
una serie de fragmentos-recuerdos sobre su vida que tienen en común la
conexión con una masa de agua (el Mediterráneo francés, el Mar Negro
abjasio, el Pacífico de Los Ángeles...) y la alternancia de explosiones
sexuales y disparos de kalashnikov.
"Hace falta recordar el lugar y la condición en la que fue escrito este libro: en la cárcel de los enemigos del Estado de Lefortovo.
El fiscal pedía 15 años para mí y yo pensaba que estas páginas tal vez
serían mi última aportación artística. Tenía 58, 59 años, y pensaba que
tal vez no sobreviviría a un periodo de cárcel tan largo. Para mí, fue
como un testimonio". Limónov habla junto a otra masa de agua, en el
arenal de una playa de El Saler, mientras su amigo y abogado Serguéi
Beliak, residente en la zona, lo mira divertido. Es la primera vez que
Limónov está en España. Al menos de manera oficial, pues durante los
últimos 70 y 80 su presencia era inevitable allá donde había problemas o
gente interesante.
“Putin era un ‘playboy’, pero ha entendido el peso del Estado ruso”
El
escritor Eduard Limónov, cuya fama creció gracias a la obra que le
dedicó Emmanuel Carrère, relata en ‘El libro de las aguas’ sus andanzas
amorosas, literarias y militares
Ferrán Bono - El País - 6 de junio de 2019
“Hagan todo lo posible para cultivar todo aquello que los distinga de los demás”. Eso dice Eduard Limónov en El libro de las aguas.
Él ha hecho y ha sido casi todo. Este martes se disponía a bañarse en
las aguas del Mediterráneo. No parece nada excepcional para este poeta,
novelista, político, periodista, guerrillero, atracador, preso, chapero,
mujeriego, fascista, estalinista, punki, dandi, indigente… Pero así
cumple, a los 76 años, su vieja promesa de 1972 de tomar el baño allá
donde ha podido y le ha llevado su increíble periplo vital.
Tan increíble que cuando Emmanuel Carrère publicó hace seis años su célebre novela Limónov,
que propulsó la popularidad del escritor ruso, muchos lectores pensaron
que se trataba de un personaje de ficción. Pero ahí está, sentado
frente al mar, flaco, fibroso, tranquilo, risueño pero categórico en sus
juicios, sin pudor, con una perilla canosa a lo Lenin, reposando el
arroz con mero que acaba de probar recién llegado de Moscú, mientras
apura una copa de vino blanco.
“Cada cosa tiene su tiempo, eso es todo. Hay uno para las tetas y los
muslos de Maggie, reina de la cocaína, y otro para el fusil de asalto
Kalashnikov”, apunta en un capítulo del libro editado por Fulgencio
Pimentel (y traducido por Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea).
Lo escribió durante su estancia de más de dos años en prisión, entre
2000 y 2003, acusado de tráfico de armas. Limónov se distancia de lo que
decía entonces. “Me he hecho más viejo ahora y resulta que la vejez me
ofrece otros temas para reflexionar. Siempre me ha gustado meditar tanto
como a otra gente le gusta comer carne”, explica.
El libro son fragmentos de su vida a partir de los recuerdos vinculados
con el agua: mares, océanos, ríos, saunas, lluvias… Las playas del
Pacífico, del Atlántico, de la mediterránea Ostia, donde asesinaron a
Pasolini; el Volga, el Danubio, el Pacífico o el Panj, afluente del Amu
Daria que hace de frontera entre Afganistán y Tayikistán, desfilan por
las páginas de un libro con momentos de lirismo, patetismo y militarismo
en el que el protagonista es el autor, un personaje que parece
transitar entre el rey y el mendigo.
Eduard Limónov: "En Europa me toman como una atracción de feria, pero soy un profeta"
Escritor de éxito,
fascista, comunista, opositor de Putin, vagabundo, mayordomo: todas las
facetas del verdadero Eduard Limónov llegan narradas por él mismo en El libro del agua, una biografía que escribió en la cárcel
"No
soy simpatizante de las mujeres por la simple razón de que no soy una
de ellas. Es imposible que lo sea y ese tema me importa muy poco"
Mónica Zas Marcos - 10 de junio de 2019 - eldiario.es
Alexander Kulebyakin/ZUMA Press/Newscom/lafototeca.com
Eduard Limónov (Rusia, 1943) espera al sol en una terraza
del parque del Retiro. No ha desaprovechado ni un solo rayo desde que
llegó a España porque las diecinueve horas de oscuridad diarias del
invierno en su país se le han hecho insoportables. Quizá sea el acto
reflejo de quien pensó que iba a morir en una celda, la misma que vio
nacer El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel) en
2002 y que ahora le lleva de gira para divertirse a costa de los
periodistas que asisten como moscas a su encuentro.
A
veces la diversión es mutua y otras se torna en un ejercicio imposible
de diálogo, que el escritor y político -bilingüe- insiste en que sea en
ruso con la ayuda de una intérprete. Sus raquíticos brazos lucen un
moreno tostado y dejan al descubierto un tatuaje que los primeros días
se esforzaba por esconder: una granada de mano, en ruso limonka, como el título del diario fascista que fundó en 1991 y que le proporcionó su seudónimo.
Al fin y al cabo, la guerra es el pilar de sus memorias
junto a la mujer. Limónov se enroló en diversas contiendas de los
Balcanes, siempre del lado de los serbios, a los 48 años. "Cada cosa
tiene su tiempo, eso es todo. Hay uno para las tetas y los muslos de
Maggie, reina de la cocaína, y otro para el fusil de asalto
Kalashnikov", escribe en El libro de las aguas.
Sexo
y violencia. "Fusiles y semen", en sus propias palabras. Una dualidad
que se antoja arcaica para definir a un hombre cuya biografía no
entiende de tabúes. Pero él tampoco la rechaza.
"No se
trata de mi idea de hombre, sino de que estaba encarcelado y el fiscal
había pedido para mí 14 años de régimen especial. Como tenía 59 años,
pensé que ya no saldría de la celda y empecé a recordar los episodios
más vívidos e interesantes de mi vida: resultaron ser aquellos
relacionados con guerras y con mujeres", resume con la mirada perdida.
Ingresó
en prisión después de que el Gobierno de Putin le acusase de terrorismo
y de tráfico de armas. Pero ya estaba en el punto de mira desde que
regresó a Rusia tras la disolución de la URSS y creó el Partido Nacional
Bolchevique, que predicaba una ideología fascista y comunista -de
hecho, su emblema era la hoz y el martillo sobre el fondo de la cruz
gamada de los nazis- y fue prohibido en 2007 contando más de 70.000
militantes entre sus filas.
"En Europa soy como una
atracción de feria. Me vienen a ver como si fuera una rareza y no se
sorprenden con nada de lo que digo. Soy una diversión sin más y en el
fondo no me toman en serio, pero soy un profeta", dice quien se jacta de
haber presagiado las guerras balcánicas en un poema dedicado a
Sarajevo. "Me da igual lo que opinen de mí aquí. Soy como aquellos
profetas de la Antigüedad a los que nadie escuchaba, y tengo la
obligación de decir lo que pienso".
La visita de Limónov a España para presentar El libro de las aguas
está alcanzando amplia repercusión, en parte gracias a ese mediocre
best-seller titulado precisamente Limónov que Carrère escribió
resumiendo sin demasiada gracia los textos más autobiográficos del
controvertido autor ruso.
Eduard Limónov: “Para mí siempre he sido alguien convencional”
Polémico
y controvertido, la intensa figura del escritor ruso opaca, en
ocasiones, una obra literaria prolija y de gran calidad. Un ejemplo es El libro de las aguas, volumen de memorias que publica en España Fulgencio Pimentel
ANDRÉS SEOANE
«Creo que utilicé muy bien el tiempo de mi vida. No tenía ninguna oportunidad cuando nací, pero violé mi destino».
Un simple vistazo a la nutrida y ecléctica biografía de Eduard Limónov
(nacido Eduard Savienko en Dzerzhinsk en 1943), que incluye una juventud
de poeta vanguardista y delincuente, un exilio de indigente en Nueva
York, el éxito literario en el decadente París undergroud de los 80, su
participación como miliciano serbio en la Guerra de los Balcanes y su
paso por la cárcel de vuelta en Moscú como disidente político y fundador
del postsoviético Partido Nacional Bolchevique; por citar lo más
relevante, lo corrobora.
Este currículum hace difícil reconocer al personaje, ese con el que Emmanuel Carrère construyó su más afamada novela, Limónov,
Premio Renaudot 2011, en el hombre enjuto, de refinado humor y nada
chulesco que comienza la charla con cierto desinterés, algo ensimismado.
Ni siquiera parece inmutarse al recordar cómo nació El libro de las aguas
(Fulgencio Pimentel), estas memorias que escribió entre 2000 y 2003 as
su paso por la cárcel para enemigos del Estado de Lefórtovo. “El fiscal
había pedido 14 años de régimen especial y yo ya estaba próximo a los
60, por lo que sospechaba que ya no iba a salir. Así que me
dediqué a exprimir mis recuerdos escribiendo varios libros a la vez,
entre ellos éste, que podría ser algo así como un testamento de mis
vivencias”. Pronto, la conversación se enciende y el brillo en
los ojos de Limónov revela paulatinamente al punki agitador y rebelde
que siempre ha estado ahí. Pregunta. En el prólogo dice que repasando las primeras
páginas “no he podido hallar más que guerra y mujeres”, ¿cuánto de
impostura hay en sus recuerdos, es todo real? Respuesta. Nunca
he necesitado inventarme lo que escribo, tengo suficiente con volcar lo
que he vivido. Soy consciente de las emociones que despiertan mis
libros, pero nunca he escrito para los demás, sino para mí mismo, por lo
que, aunque me gusta ser reconocido y leído no quiero gustar a todo el
mundo. En este caso, los de las guerras y las mujeres eran los recuerdos que acudieron más vívidos a mi mente.
Nikolái Gumiliov (marido de Anna Ajmátova fusilado en 1921 y prohibido
en la URSS), que era un poco como el Kipling ruso, tenía un poema sobre
un conquistador español perdido en la selva, que a punto de morir se
pone a recordar a las mujeres de su vida y las guerras. Un verso dice
que su vida fue: “ora mantillas, ora cañones”. P. Por encima de todo, del bohemio, del revolucionario,
del político… está el escritor, ¿qué le empuja a escribir, de dónde
viene el impulso de convertir su vida en material literario? R. Mi
manera de narrar es esa, actúo como un mero representante de la especie
humana. Como se ha venido demostrando en los últimos años, un gran
número de lectores se ha cansado de la ficción, les encantan las
biografías, las vidas ilustres de personajes históricos. Pero, ¿si es
una vida real, por qué no narrar la de cualquiera? En realidad, da igual si soy yo el protagonista, podría ser cualquier otro. Mi
héroe es parecido al turista que se está sacando una foto con una
pirámide egipcia al fondo, una persona, un hombre pequeño, con algo
grande en el fondo, que es la época que me rodea, sea mi infancia de
posguerra o los años 80. Para mí mi figura siempre ha sido algo convencional, no hay nada de delirios de grandeza, ni de especial en mí. P. Entre sus más de 50 libros también hay multitud
de poemarios. Ha asegurado que escribir poesía es una actividad casi
medieval, una especie de excentricidad en el siglo XXI, ¿por qué sigue
siendo fiel a ese vicio, qué le aporta? R. La poesía es simplemente un deseo, una necesidad personal.
Es algo que me encanta, y aunque sea consciente y mantenga que es algo
anacrónico, medieval, cultivarla me aporta un genuino y puro placer
estético. P. Ya era muy famoso en Rusia y conocido en
Occidente, pero su figura se hizo viral tras la novela de Carrère sobre
su vida, ¿qué se siente al verse convertido en un personaje de otro?
¿Reconoce al Limónov de esa novela? R. Soy una
persona suficientemente inteligente como para protestar por algo así.
Carrère generalizó y simplificó muchos aspectos de mi vida y los
presentó más vulgares y sencillos. En este sentido me reconozco a veces, la mayoría no, pero es cierto que no soy el Limónov de la novela de Carrère. Sin embargo, le estoy agradecido por el libro y por todo el interés que ha provocado, le debo este favor.
Un punki en la política
El libro de las aguas, quizá el más importante de los muchos
volúmenes de memorias de Limónov por las especiales circunstancias en
que fue escrito, abarca varias décadas de una trayectoria vital tan rica
que parece albergar muchas contradicciones. Por ejemplo, el escritor ha
sido adalid del movimiento punk y del anarquismo, a la vez que luchó
como militante serbio en la Guerra de los Balcanes, cruda época que
relata en el libro. “Yo no veo contradicción, el punk y la guerra me parecen acciones de un mismo tipo.
De hecho, cuando en el año 93 creábamos el Partido Nacional
Bolchevique, decenas de miles de punks rusos se adhirieron”, recuerda.
Y es que además de escritor admirado en su país, Limónov volvió tras
el fin de la URSS para liderar un partido que defendía la unión del
bolchevismo y el nacionalismo. Una visión que entronca con el actual
devenir de la política mundial, donde según el escritor “la lucha
política ya no se divide en izquierdas y derechas, sino entre el pueblo y
las élites. En el fondo mi partido siempre fue una organización
extremista y lo que queda lo sigue siendo. Pero hemos perdido nuestra
dotación humana, porque el movimiento punk ha muerto en Rusia”, se
lamenta. “Aunque también hay nuevos miembros, hace poco entregué unos carnets del partido a gente nacida ya en el año 2000”,
dice entre divertido e impresionado, pero es realista, pues sabe que
“los partidos de este tipo no ganan las elecciones. Si toman el poder
será por azar, durante alguna revolución ni siquiera hecha por ellos”. P. Estamos acostumbrados a la visión de Rusia que se
tiene en Europa, muchas veces distorsionada, pero ¿cómo se ve Europa
Occidental desde Rusia? R. No puedo contestar por
toda Rusia, claro, pero personalmente veía Europa hace pocos años como
un continente moribundo y sin futuro. Me parecía que Oswald Spengler
estaba en lo cierto con su libro La decadencia de Occidente. Pero desde
hace un par de años he vuelto a viajar y he visto a la gente dispuesta a
resistir contra la invasión pacífica de Europa por los bárbaros. A mí eso me llena de alegría. Como dice el himno de Ucrania, en este caso aplicado a Europa, todavía no está muerta. seguir leyendo
Una leyenda suelta: Eduard Limónov presenta sus memorias
Javier García - latercera.com
El escritor ruso, fundador del Partido Nacional Bolchevique,
ex presidiario, miliciano bisexual y protagonista de la obra más
elogiada de Emmanuel Carrère, se encuentra en España y este viernes
firmará ejemplares de El libro de las aguas, en la Feria de Madrid.
Mientras estaba encarcelado acusado de terrorismo y
tráfico de armas, en la prisión de Lefortovo, en 2001, Eduard Limónov
(76) escribió El libro de las aguas. El volumen de memorias es para la crítica su mejor obra, dentro de una producción que supera los 50 títulos.
“He tratado de pescar en el océano del tiempo las cosas
verdaderamente esenciales para mí y, releídas las cuarenta primeras
páginas del manuscrito, no he podido hallar más que mujeres y guerra: he
ahí el modesto resumen de mi vida”, anota Limónov, en el prólogo de El libro de las aguas,
quien por estos días se encuentra en España. “El agua lleva y se lleva
todo; es imposible bañarse dos veces en las mismas aguas”, agrega.
El escritor ruso, polémica figura pública, delincuente juvenil, poeta
vanguardista underground, disidente soviético en Moscú, miliciano
serbio en la Guerra de los Balcanes, opositor a Vladímir Putin y
admirador de Stalin, este viernes firmará ejemplares de El libro de las aguas, en el Parque de El Retiro, en la Feria del Libro de Madrid.
Extravagante,
novelesco y escandaloso, Eduard Limónov saltó a la literatura
occidental antes como personaje que como escritor. Publicamos en
exclusiva unas páginas de la considerada su mejor obra, El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel).
Delincuente juvenil, poeta vanguardista underground, recluso en un
psiquiátrico, disidente soviético en Moscú, indigente en Nueva York,
mayordomo de un millonario, escritor de éxito en París, miliciano serbio
en la Guerra de los Balcanes, golpista ruso, detenido sin cargos,
director de un periódico de corte fascista, líder del postsoviético
Partido Nacional Bolchevique… Eduard Limónov (nacido Eduard Savienko en
Dzerzhinsk en 1943) es uno de los personajes más extravagantes, novelescos y escandalosos que han dado las letras rusas de las últimas décadas.
Considerablemente prestigioso en Rusia como escritor, pensador y
político de extrema izquierda, Limónov llegó a Occidente convertido en
personaje de uno de los más complejos juegos entre realidad y ficción
del escritor francés Emmanuel Carrère, Limónov, Premio Renaudot 2011.
El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel), para muchos el
mejor trabajo del ruso, fue escrito mientras se hallaba encarcelado en
una prisión militar, acusado de terrorismo y tráfico de armas. En una
inmersión radical en su ecléctica y anómala biografía, Limónov utiliza
el agua (mares, ríos, lagos, estanques, piscinas, fuentes…) como hilo
conductor de un relato que mezcla pasajes poéticos con otros de viva y
descarnada crudeza. “He tratado de pescar en el océano del
tiempo las cosas verdaderamente esenciales para mí y, releídas las
cuarenta primeras páginas del manuscrito, no he podido hallar más que
mujeres y guerra: he ahí el modesto resumen de mi vida”, asegura en el
prólogo.
“Cada vez que un personaje de novela escribe un libro sabemos que
pasarán cosas. Sin embargo, por mucho que ame el líquido elemento, el
propio Limónov no es agua potable. Apóstol del
nacional-bolchevismo, logra condensar dos barbaridades en una. Es
fanfarrón, amoral, megalómano, egocéntrico, falocrático. ¿Por qué
disfruto tanto al leerlo? ¿Será que me vuelvo yo también un
fascista estalinista?”, se pregunta el escritor Frédéric Beigbeder.
“Carrère lo vio antes que nadie: Limónov ama la revolución porque es un
romántico. Al igual que Céline, está equivocado políticamente, pero
literariamente tiene razón”.
Limónov: "Viene una lucha armada entre mujeres y hombres: ganarán ellas, tienen más odio"
"He
estado en la guerra viendo pasar las balas muy cerca de mí, y sigo vivo.
Es casi tan emocionante como el sexo" / "Me arrepiento de haber pasado
14 años con una mujer: podía haber convivido con cinco" / "El
capitalismo y el comunismo están acabados" / "Marx nunca me ha caído
bien".
Lorena G. Maldonado - El Español 8 de junio de 2019
Hay seres humanos que no aguantan ni el registro de emociones de una cucharilla del té. Luego hay otros, como Eduard Limónov,
que se encargan de retorcer la vida por el pescuezo, por él y por todos
sus compañeros, hasta hacerla vomitar vanguardias, fracasos, encierros,
poemas, milicias, golpes, aventuras, delirios y sexo enfermo. ¿Va en
serio, Limónov, o es en sí mismo una coña artística? ¿Se ríe del mundo,
Limónov, o somos nosotros los que no entendemos su chiste radical, su
chiste tan severo?
Es todos los hombres, Limónov, o quizás ya no es
ninguno. Ha tejido con tanto cuidado su personalidad múltiple que ha
acabado convertido en un personaje, y esos -como decía Alvite- nunca
merecen un reproche, sino una crítica literaria. No se puede, no se debe
juzgar a un ser humano como él, no al menos desde los criterios morales
de la España de 2019 -tan faltos de imaginación-, porque él frecuentó los círculos clandestinos de la Unión Soviética, porque se exilió y fue vagabundo y mayordomo
y autobiógrafo en Nueva York, porque contó que le gustaban los “negros
grandes del Bronx” y revolucionó París con sus novelas excesivas, porque
de camino le dio tiempo a pasar por los Balcanes y a apoyar hasta las
últimas consecuencias la causa serbia, porque regresó a su tierra para
fundar un partido nacional bolchevique que fue prohibido. Dirigió un
periódico de corte fascista; fue sastre autodidacta, residente en un
psiquiátrico y espíritu libre militante. Juega al despiste. Juega,
juega, juega todo el rato. Ahora le ha dado por derrocar a Putin, pero a saber cuál será su próxima guerra. Ya casi sopla ochenta y persiste lúdico, contradictorio, infatigable.
Transgrede contra el aire mismo, Limónov, tomando un vino en esta
terraza de un sexto piso con vistas a la plaza del Dos de mayo. No se
siente un polemista: dice que no sabe ser de otra forma. Intenta escapar de su propia desmesura con el éxito de un hámster en una rueda.
Quizá tenga razón y es la sociedad la que se ha domesticado mientras él
deambula por el lado más bestia de la vida. Quizá tenga razón y la
diferencia entre él y el resto de los mortales es que siempre salta.
Limónov por Jorge Barreno
Limónov, es, tal vez, la diferencia entre hacerlo y no hacerlo; el
último de los hombres de una generación que ya no existe, el último
resquicio de punk en los Estados de Bienestar. Una reliquia hecha
carácter que no quiere ni oír hablar de Limónov, ese extraño en cursiva que aparece en la célebre obra de Carrére. No es él, dice. Nunca lo fue. Me lo dice el editor de Fulgencio Pimentel -la editorial con la que ahora presenta El libro de las aguas
en España-, y me viene bien saberlo para ocultar con disimulo el libro
en el fondo de mi bolso mientras nos sentamos a la mesa. No vayamos a
tocarle las narices antes de tiempo. “Los españoles me recordáis a los
alemanes del sur. Tenéis cierta disciplina”, me cuenta. “Estuve otra vez
aquí, en los ochenta, y recuerdo que vi a unos policías con armas abiertas en una librería. Pensé: ¡Ni siquiera en la Unión Soviética…! Había muchísimos vagabundos. Fue fuerte incluso para mí”.
Lo cierto es que impone su esqueleto largo y
delgado, sus cabellos canos con tupé rebelde, su móvil Nokia-ladrillo
que redondea a la perfección esa idea de que viene de otro tiempo.
Charlar con él es amasar material explosivo o tontear con un animal
salvaje que hoy viene de buenas. “Yo sólo soy un señor mayor, un buen ciudadano.
Algo por el estilo”, dice, cuando se le pregunta quién es en realidad.
“El mejor momento de mi vida fue en la cárcel”. Allí habitó entre el
2000 y el 2003, acusado de tráfico de armas. “La cárcel eleva a una
persona sobre sí misma. Lo único que falta es perspectiva: grandes
espacios urbanos, paisajes… mira, si tienes a algún familiar o a algún
amigo entre rejas, mándale libros de fotografía o álbumes de fotos”,
aconseja.
“Se está muy bien ahí, te lo digo en serio. Porque
lo tienes todo en tu cabeza. En el ordenador personal de tu cabeza. La
vida en la cárcel también es una vida y la actitud adecuada,
sencillamente, es vivir ahí, hacer uso de tu imaginación, leer libros y
crear ideas. Allí nadie te molesta, nadie te interpela. No hay mujeres, no hay alcohol”. Allí no hay vicios, subraya, sólo “virtudes”.