Por fin, después de más de 20 años, se publica un nuevo libro de Limónov en español:
Soy yo, Edichka (Marbot, 2014)
César Rendueles: Limónov en
Manhattan
La fascinante estrella del
superventas de Emmanuel Carrère se revela con unas memorias de su propia pluma:
'Soy yo, Édichka'
Eduard Limónov, en toda su gloria
Hay biografías literarias que son
como parásitos, se transforman en seres complejos y fascinantes a costa de su
huésped, al que dejan exhausto. El resultado no siempre es negativo, a veces se
dan casos de simbiosis afortunadas. Creo que es el caso de Soy
yo, Édichka (Marbot, 2014), las memorias norteamericanas con las que
Eduard Limónov se hizo famoso en Francia. Es imposible leer su texto sin pensar
constantemente en
Limónov (Anagrama, 2013), la exitosa biografía en la que Emmanuel Carrère
convierte al poeta y activista ruso en un personaje novelesco.
El juego de espejos entre la novela autobiográfica y la biografía novelada
transforma el texto de Limónov. Soy yo, Édichka es un diario de su vida
en Manhattan en los setenta en los años inmediatamente anteriores al triunfo de
Ronald Reagan y la expansión global de Wall Street. Nueva York era una ciudad
peligrosa, deteriorada y sucia cuyo Ayuntamiento tuvo que recurrir a un
préstamo federal para evitar la bancarrota. Limónov llegó allí procedente de Járkov
–la ciudad ucraniana donde creció y se convirtió en un delincuente juvenil– y
Moscú, donde había sobrevivido en el underground literario vendiendo sus
propios poemas.
Soy yo, Édichka es un relato neoyorquino de la
vida bohemia y el exceso situado en algún lugar entre Céline y Bukowski.
Limónov vive en la habitación de un hotel degradado de la zona financiera,
bebe, se busca la vida para obtener subsidios del gobierno, pasa de un trabajo
no cualificado en otro, bebe, se enfrenta a la disidencia rusa oficial y entra
en contacto con los comunistas estadounidenses, tiene una serie de encuentros
heterosexuales (miserables) y homosexuales (gloriosos), bebe, deambula de noche
por las peores zonas de Manhattan, bebe y a veces se fuma algún porro.
El Limónov de Carrère contra el
Limónov de Limónov
Lo que ocurre es que tras leer la
biografía de Carrère, las historias de hoteles mugrientos, galones de vodka y
sexo descrito con una minuciosidad más clínica que erótica resultan un poco
insípidas. Palidecen frente al personaje de Limónov: un poeta nacionalista y
neobolchevique nostálgico de la Gran Rusia pero comprometido con la democracia
que crea una especie de milicias comunitaristas repletas de punks y skinheads.
El Limónov de Carrère es un bárbaro, un titán contracultural. El Eduard
Limónov de Soy yo Édichka es un inmigrante con mal de amores,
dificultades de integración y un serio problema con la bebida.
Aunque, por otro lado, lo que
pierde Soy yo, Édichka en intensidad y sordidez, lo gana en
costumbrismo. En alguna ocasión, Fredric Jameson explicaba que la Unión
Soviética había funcionado simbólicamente como una especie de pantalla donde
Occidente había proyectado sus propias pesadillas. Nuestra imagen de la
burocracia rusa era, en el fondo, una especie de espejo de la vida en el
interior de las grandes empresas capitalistas.
Eduard Limónov realiza constantemente la operación inversa. Reencuentra en
Nueva York una destilación de la corrupción y la falsedad que quería dejar
atrás en la Unión Soviética. Soy yo, Édichka se convierte así en algo
más modesto pero interesante, el relato de la vida cotidiana de un emigrante
judío ruso, derrotado por el desplazamiento cultural y las falsas promesas del
capitalismo:
“Un sentimiento que identifiqué
como odio de clase penetraba cada vez más profundamente en mi interior. Ni
siquiera odiaba tanto a nuestros clientes como a sus personajes, no,
básicamente odiaba a toda esa clase de caballeros canosos y bien cuidados. (…)
Sobre todo odio este sistema, lo entendí cuando intenté comprender mis
sentimientos, el sistema que corrompe a las personas desde su nacimiento. No
distinguía entre la URSS y América. No me avergonzaba mi actitud, que el odio
se encendiera en mí por una causa tan comprensible y personal: por el engaño de
mi mujer. Odiaba el mundo que transformaba a tiernas chicas rusas que escribían
versos en seres jodidos por la bebida y las drogas, que hacían de putas para
unos millonarios que les exprimían el alma”.
La publicación hoy en Babelia de cuatro páginas dedicadas a Emmanuel Carrère, "El escritor que inventa la verdad", como reza el título de la portada, y a su nuevo libro Limónov, nos ha hecho sonreír. Las afirmaciones de Carrère sobre Limónov no dejan de ser superficiales: "no sé si es un héroe de verdad... en su vida hay mucha confusión... él se cree de una coherencia perfecta, pero yo no estoy de acuerdo... Limónov es un fascista raro porque siempre ha estado al lado de los débiles... El Asad o Gadafi son lo mismo: unos pobres dictadores de provincias..."
Si, después de escribir un libro de cuatrocientas páginas sobre alguien, tan solo es capaz de decir esa sarta de boberías, me inclino a pensar que Carrère es un escritor oportunista en busca de los personajes que no es capaz de crear su imaginación, pero a los que tampoco es capaz de aprehender. Definir a Limónov, y a cualquiera, como "un fascista raro" por estar al lado de los débiles es de una simpleza que raya en la ignorancia. Carrère parece desconocer la historia del fascismo: entonces, quienes estaban del lado de los débiles, es decir, de los judíos, los gitanos, los exiliados republicanos españoles se llamaban antifascistas y arriesgaban su vida en el empeño. Pero Carrère tiene que hacer una concesión al retrato que se hizo de Limónov a raíz de su toma de partido por la continuación del sistema soviético, su acercamiento a los ultranacionalistas rusos y su apoyo a los serbo-bosnios en la guerra de Yugoslavia, de donde le ha quedado la etiqueta de nacional-bolchevique. No menos simple y oportunista es la comparación con Asad y Gadafi, "pobres dictadores de provincias", cuando si por algo es conocido Limónov, desde que volvió a Rusia, es precisamente por haberse aliado con toda clase de causas perdidas, lo que le ha valido purgar unos cuantos años de cárcel y ser periódicamente detenido por la policía de Putín en las marchas de Estrategia 31, celebradas los días 31 de cada mes, por la efectiva aplicación del artículo 31 de la Constitución rusa que garantiza el derecho de reunión. Por cierto, un arriesgado compromiso por las libertades públicas que muy pocos se atreven a asumir hoy en Rusia y que a otros les ha costado la vida, como fue el caso de Anna Politkóvskaya. No pretendo con esto salir en defensa de esa alianza entre el ultranacionalismo y el bolchevismo que en su país encarna el Partido Nacional Bolchevique, el partido de Limónov. Fue, precisamente, la deriva nacionalista de Limónov —en las antípodas de nuestras concepciones del mundo— la que nos alejó de este autor, de quien renunciamos a publicar el siguiente título, que ya teníamos contratado y traducido. Pero permítannos que nos sublevemos ante las simplificaciones de la historia.
Conocimos a Limónov cuando preparábamos la edición de sus primeros libros publicados en español: Historia de un servidor e Historia de un granuja. Habíamos leído casi toda su obra, atraídos por ese disidente soviético que, sin embargo, se mostraba también crítico con Occidente y el sistema capitalista. El sexo y la transgresión atraviesan sus novelas con un estilo aparentemente descuidado y un proceder que recordaba las novelas de Henri Miller. Si en Historia de un servidor narra la época en que sirvió de criado en casa de un magnate norteamericano y vierte toda su ácida ironía sobre el American Way of Life, en Historia de un granuja relata su educación sentimental en Járkov hasta su escapada a Estados Unidos.
Como consideramos que la mejor manera de conocer a un escritor es leer sus obras, iremos añadiendo a este blog algunos de los artículos publicados por Limónov a partir de comienzos de la década de 1990, que es cuando la ruptura del bipolarismo, el derrumbe de la Unión Soviética y de los regímenes de "democracias populares" que gravitaban a su alrededor, unido al descrédito del bloque occidental, lo conducen a posturas cada vez más críticas con Occidente y a una deriva en busca de unas señas de identidad ya definitivamente perdidas.
El estilo de Limónov queda patente en el relato que reproducimos a continuación, "Una pelea sin importancia", publicado en 1991 en El Europeo, una de esas excelentes revistas que surgieron durante la década de 1980, pero de efímera vida.