La visita de Limónov a España para presentar
El libro de las aguas
está alcanzando amplia repercusión, en parte gracias a ese mediocre
best-seller titulado precisamente
Limónov que Carrère escribió
resumiendo sin demasiada gracia los textos más autobiográficos del
controvertido autor ruso.
Eduard Limónov: “Para mí siempre he sido alguien convencional”
Polémico
y controvertido, la intensa figura del escritor ruso opaca, en
ocasiones, una obra literaria prolija y de gran calidad. Un ejemplo es El libro de las aguas, volumen de memorias que publica en España Fulgencio Pimentel
«Creo que utilicé muy bien el tiempo de mi vida. No tenía ninguna oportunidad cuando nací, pero violé mi destino».
Un simple vistazo a la nutrida y ecléctica biografía de Eduard Limónov
(nacido Eduard Savienko en Dzerzhinsk en 1943), que incluye una juventud
de poeta vanguardista y delincuente, un exilio de indigente en Nueva
York, el éxito literario en el decadente París undergroud de los 80, su
participación como miliciano serbio en la Guerra de los Balcanes y su
paso por la cárcel de vuelta en Moscú como disidente político y fundador
del postsoviético Partido Nacional Bolchevique; por citar lo más
relevante, lo corrobora.
Este currículum hace difícil reconocer al personaje, ese con el que Emmanuel Carrère construyó su más afamada novela,
Limónov,
Premio Renaudot 2011, en el hombre enjuto, de refinado humor y nada
chulesco que comienza la charla con cierto desinterés, algo ensimismado.
Ni siquiera parece inmutarse al recordar cómo nació
El libro de las aguas
(Fulgencio Pimentel), estas memorias que escribió entre 2000 y 2003 as
su paso por la cárcel para enemigos del Estado de Lefórtovo. “El fiscal
había pedido 14 años de régimen especial y yo ya estaba próximo a los
60, por lo que sospechaba que ya no iba a salir. Así que
me
dediqué a exprimir mis recuerdos escribiendo varios libros a la vez,
entre ellos éste, que podría ser algo así como un testamento de mis
vivencias”. Pronto, la conversación se enciende y el brillo en
los ojos de Limónov revela paulatinamente al punki agitador y rebelde
que siempre ha estado ahí.
Pregunta. En el prólogo dice que repasando las primeras
páginas “no he podido hallar más que guerra y mujeres”, ¿cuánto de
impostura hay en sus recuerdos, es todo real?
Respuesta. Nunca
he necesitado inventarme lo que escribo, tengo suficiente con volcar lo
que he vivido. Soy consciente de las emociones que despiertan mis
libros, pero nunca he escrito para los demás, sino para mí mismo, por lo
que, aunque me gusta ser reconocido y leído no quiero gustar a todo el
mundo.
En este caso, los de las guerras y las mujeres eran los recuerdos que acudieron más vívidos a mi mente.
Nikolái Gumiliov (marido de Anna Ajmátova fusilado en 1921 y prohibido
en la URSS), que era un poco como el Kipling ruso, tenía un poema sobre
un conquistador español perdido en la selva, que a punto de morir se
pone a recordar a las mujeres de su vida y las guerras. Un verso dice
que su vida fue: “ora mantillas, ora cañones”.
P. Por encima de todo, del bohemio, del revolucionario,
del político… está el escritor, ¿qué le empuja a escribir, de dónde
viene el impulso de convertir su vida en material literario?
R. Mi
manera de narrar es esa, actúo como un mero representante de la especie
humana. Como se ha venido demostrando en los últimos años, un gran
número de lectores se ha cansado de la ficción, les encantan las
biografías, las vidas ilustres de personajes históricos. Pero, ¿si es
una vida real, por qué no narrar la de cualquiera?
En realidad, da igual si soy yo el protagonista, podría ser cualquier otro. Mi
héroe es parecido al turista que se está sacando una foto con una
pirámide egipcia al fondo, una persona, un hombre pequeño, con algo
grande en el fondo, que es la época que me rodea, sea mi infancia de
posguerra o los años 80.
Para mí mi figura siempre ha sido algo convencional, no hay nada de delirios de grandeza, ni de especial en mí.
P. Entre sus más de 50 libros también hay multitud
de poemarios. Ha asegurado que escribir poesía es una actividad casi
medieval, una especie de excentricidad en el siglo XXI, ¿por qué sigue
siendo fiel a ese vicio, qué le aporta?
R. La poesía es simplemente un deseo, una necesidad personal.
Es algo que me encanta, y aunque sea consciente y mantenga que es algo
anacrónico, medieval, cultivarla me aporta un genuino y puro placer
estético.
P. Ya era muy famoso en Rusia y conocido en
Occidente, pero su figura se hizo viral tras la novela de Carrère sobre
su vida, ¿qué se siente al verse convertido en un personaje de otro?
¿Reconoce al Limónov de esa novela?
R. Soy una
persona suficientemente inteligente como para protestar por algo así.
Carrère generalizó y simplificó muchos aspectos de mi vida y los
presentó más vulgares y sencillos.
En este sentido me reconozco a veces, la mayoría no, pero es cierto que no soy el Limónov de la novela de Carrère. Sin embargo, le estoy agradecido por el libro y por todo el interés que ha provocado, le debo este favor.
Un punki en la política
El libro de las aguas, quizá el más importante de los muchos
volúmenes de memorias de Limónov por las especiales circunstancias en
que fue escrito, abarca varias décadas de una trayectoria vital tan rica
que parece albergar muchas contradicciones. Por ejemplo, el escritor ha
sido adalid del movimiento punk y del anarquismo, a la vez que luchó
como militante serbio en la Guerra de los Balcanes, cruda época que
relata en el libro. “
Yo no veo contradicción, el punk y la guerra me parecen acciones de un mismo tipo.
De hecho, cuando en el año 93 creábamos el Partido Nacional
Bolchevique, decenas de miles de punks rusos se adhirieron”, recuerda.
Y es que además de escritor admirado en su país, Limónov volvió tras
el fin de la URSS para liderar un partido que defendía la unión del
bolchevismo y el nacionalismo. Una visión que entronca con el actual
devenir de la política mundial, donde según el escritor “la lucha
política ya no se divide en izquierdas y derechas, sino entre el pueblo y
las élites. En el fondo mi partido siempre fue una organización
extremista y lo que queda lo sigue siendo. Pero hemos perdido nuestra
dotación humana, porque el movimiento punk ha muerto en Rusia”, se
lamenta.
“Aunque también hay nuevos miembros, hace poco entregué unos carnets del partido a gente nacida ya en el año 2000”,
dice entre divertido e impresionado, pero es realista, pues sabe que
“los partidos de este tipo no ganan las elecciones. Si toman el poder
será por azar, durante alguna revolución ni siquiera hecha por ellos”.
P. Estamos acostumbrados a la visión de Rusia que se
tiene en Europa, muchas veces distorsionada, pero ¿cómo se ve Europa
Occidental desde Rusia?
R. No puedo contestar por
toda Rusia, claro, pero personalmente veía Europa hace pocos años como
un continente moribundo y sin futuro. Me parecía que Oswald Spengler
estaba en lo cierto con su libro
La decadencia de Occidente. Pero
desde
hace un par de años he vuelto a viajar y he visto a la gente dispuesta a
resistir contra la invasión pacífica de Europa por los bárbaros. A mí eso me llena de alegría. Como dice el himno de Ucrania, en este caso aplicado a Europa, todavía no está muerta.
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Una leyenda suelta: Eduard Limónov presenta sus memorias
Javier García - latercera.com
El escritor ruso, fundador del Partido Nacional Bolchevique,
ex presidiario, miliciano bisexual y protagonista de la obra más
elogiada de Emmanuel Carrère, se encuentra en España y este viernes
firmará ejemplares de El libro de las aguas, en la Feria de Madrid.
Mientras estaba encarcelado acusado de terrorismo y
tráfico de armas, en la prisión de Lefortovo, en 2001, Eduard Limónov
(76) escribió
El libro de las aguas. El volumen de memorias es para la crítica su mejor obra, dentro de una producción que supera los 50 títulos.
“He tratado de pescar en el océano del tiempo las cosas
verdaderamente esenciales para mí y, releídas las cuarenta primeras
páginas del manuscrito, no he podido hallar más que mujeres y guerra: he
ahí el modesto resumen de mi vida”, anota Limónov, en el prólogo de
El libro de las aguas,
quien por estos días se encuentra en España. “El agua lleva y se lleva
todo; es imposible bañarse dos veces en las mismas aguas”, agrega.
El escritor ruso, polémica figura pública, delincuente juvenil, poeta
vanguardista underground, disidente soviético en Moscú, miliciano
serbio en la Guerra de los Balcanes, opositor a Vladímir Putin y
admirador de Stalin, este viernes firmará ejemplares de
El libro de las aguas, en el Parque de El Retiro, en la Feria del Libro de Madrid.
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Y Limónov anduvo sobre las aguas
El Cultural - 3 de junio de 2019
Extravagante,
novelesco y escandaloso, Eduard Limónov saltó a la literatura
occidental antes como personaje que como escritor. Publicamos en
exclusiva unas páginas de la considerada su mejor obra, El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel).
Delincuente juvenil, poeta vanguardista underground, recluso en un
psiquiátrico, disidente soviético en Moscú, indigente en Nueva York,
mayordomo de un millonario, escritor de éxito en París, miliciano serbio
en la Guerra de los Balcanes, golpista ruso, detenido sin cargos,
director de un periódico de corte fascista, líder del postsoviético
Partido Nacional Bolchevique… Eduard Limónov (nacido Eduard Savienko en
Dzerzhinsk en 1943) es
uno de los personajes más extravagantes, novelescos y escandalosos que han dado las letras rusas de las últimas décadas.
Considerablemente prestigioso en Rusia como escritor, pensador y
político de extrema izquierda, Limónov llegó a Occidente convertido en
personaje de uno de los más complejos juegos entre realidad y ficción
del escritor francés Emmanuel Carrère,
Limónov, Premio Renaudot 2011.
El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel), para muchos el
mejor trabajo del ruso, fue escrito mientras se hallaba encarcelado en
una prisión militar, acusado de terrorismo y tráfico de armas. En una
inmersión radical en su ecléctica y anómala biografía, Limónov
utiliza
el agua (mares, ríos, lagos, estanques, piscinas, fuentes…) como hilo
conductor de un relato que mezcla pasajes poéticos con otros de viva y
descarnada crudeza. “He tratado de pescar en el océano del
tiempo las cosas verdaderamente esenciales para mí y, releídas las
cuarenta primeras páginas del manuscrito, no he podido hallar más que
mujeres y guerra: he ahí el modesto resumen de mi vida”, asegura en el
prólogo.
“Cada vez que un personaje de novela escribe un libro sabemos que
pasarán cosas. Sin embargo, por mucho que ame el líquido elemento, el
propio Limónov no es agua potable.
Apóstol del
nacional-bolchevismo, logra condensar dos barbaridades en una. Es
fanfarrón, amoral, megalómano, egocéntrico, falocrático. ¿Por qué
disfruto tanto al leerlo? ¿Será que me vuelvo yo también un
fascista estalinista?”, se pregunta el escritor Frédéric Beigbeder.
“Carrère lo vio antes que nadie: Limónov ama la revolución porque es un
romántico. Al igual que Céline, está equivocado políticamente, pero
literariamente tiene razón”.
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Limónov: "Viene una lucha armada entre mujeres y hombres: ganarán ellas, tienen más odio"
"He
estado en la guerra viendo pasar las balas muy cerca de mí, y sigo vivo.
Es casi tan emocionante como el sexo" / "Me arrepiento de haber pasado
14 años con una mujer: podía haber convivido con cinco" / "El
capitalismo y el comunismo están acabados" / "Marx nunca me ha caído
bien".
Lorena G. Maldonado - El Español 8 de junio de 2019
Hay seres humanos que no aguantan ni el registro de emociones de una cucharilla del té. Luego hay otros, como Eduard Limónov,
que se encargan de retorcer la vida por el pescuezo, por él y por todos
sus compañeros, hasta hacerla vomitar vanguardias, fracasos, encierros,
poemas, milicias, golpes, aventuras, delirios y sexo enfermo. ¿Va en
serio, Limónov, o es en sí mismo una coña artística? ¿Se ríe del mundo,
Limónov, o somos nosotros los que no entendemos su chiste radical, su
chiste tan severo?
Es todos los hombres, Limónov, o quizás ya no es
ninguno. Ha tejido con tanto cuidado su personalidad múltiple que ha
acabado convertido en un personaje, y esos -como decía Alvite- nunca
merecen un reproche, sino una crítica literaria. No se puede, no se debe
juzgar a un ser humano como él, no al menos desde los criterios morales
de la España de 2019 -tan faltos de imaginación-, porque él frecuentó los círculos clandestinos de la Unión Soviética, porque se exilió y fue vagabundo y mayordomo
y autobiógrafo en Nueva York, porque contó que le gustaban los “negros
grandes del Bronx” y revolucionó París con sus novelas excesivas, porque
de camino le dio tiempo a pasar por los Balcanes y a apoyar hasta las
últimas consecuencias la causa serbia, porque regresó a su tierra para
fundar un partido nacional bolchevique que fue prohibido. Dirigió un
periódico de corte fascista; fue sastre autodidacta, residente en un
psiquiátrico y espíritu libre militante. Juega al despiste. Juega,
juega, juega todo el rato. Ahora le ha dado por derrocar a Putin, pero a saber cuál será su próxima guerra. Ya casi sopla ochenta y persiste lúdico, contradictorio, infatigable.
Transgrede contra el aire mismo, Limónov, tomando un vino en esta
terraza de un sexto piso con vistas a la plaza del Dos de mayo. No se
siente un polemista: dice que no sabe ser de otra forma. Intenta escapar de su propia desmesura con el éxito de un hámster en una rueda.
Quizá tenga razón y es la sociedad la que se ha domesticado mientras él
deambula por el lado más bestia de la vida. Quizá tenga razón y la
diferencia entre él y el resto de los mortales es que siempre salta.
Limónov por Jorge Barreno
Limónov, es, tal vez, la diferencia entre hacerlo y no hacerlo; el
último de los hombres de una generación que ya no existe, el último
resquicio de punk en los Estados de Bienestar. Una reliquia hecha
carácter que no quiere ni oír hablar de
Limónov, ese extraño en cursiva que aparece en la célebre obra de
Carrére. No es él, dice. Nunca lo fue. Me lo dice el editor de Fulgencio Pimentel -la editorial con la que ahora presenta
El libro de las aguas
en España-, y me viene bien saberlo para ocultar con disimulo el libro
en el fondo de mi bolso mientras nos sentamos a la mesa. No vayamos a
tocarle las narices antes de tiempo. “Los españoles me recordáis a los
alemanes del sur. Tenéis cierta disciplina”, me cuenta. “Estuve otra vez
aquí,
en los ochenta, y recuerdo que vi a unos policías con armas abiertas en una librería. Pensé: ¡Ni siquiera en la Unión Soviética…! Había muchísimos vagabundos. Fue fuerte incluso para mí”.
Lo cierto es que impone su esqueleto largo y
delgado, sus cabellos canos con tupé rebelde, su móvil Nokia-ladrillo
que redondea a la perfección esa idea de que viene de otro tiempo.
Charlar con él es amasar material explosivo o tontear con un animal
salvaje que hoy viene de buenas. “Yo sólo soy un señor mayor, un buen ciudadano.
Algo por el estilo”, dice, cuando se le pregunta quién es en realidad.
“El mejor momento de mi vida fue en la cárcel”. Allí habitó entre el
2000 y el 2003, acusado de tráfico de armas. “La cárcel eleva a una
persona sobre sí misma. Lo único que falta es perspectiva: grandes
espacios urbanos, paisajes… mira, si tienes a algún familiar o a algún
amigo entre rejas, mándale libros de fotografía o álbumes de fotos”,
aconseja.
“Se está muy bien ahí, te lo digo en serio. Porque
lo tienes todo en tu cabeza. En el ordenador personal de tu cabeza. La
vida en la cárcel también es una vida y la actitud adecuada,
sencillamente, es vivir ahí, hacer uso de tu imaginación, leer libros y
crear ideas. Allí nadie te molesta, nadie te interpela. No hay mujeres, no hay alcohol”. Allí no hay vicios, subraya, sólo “virtudes”.