lunes, 17 de junio de 2019

LIMÓNOV SIEMPRE IMPREVISIBLE

Entrevisté a Eduard Limónov y sentí deseos de estrangularlo

A lo largo de la entrevista, Limónov no me mira a los ojos en ningún momento​.

Sabina Urraca - 11 de junio de 2019

 

Me acerco a la barra del bar y pido un chupito de tequila. El camarero observa mi temblor. "¿Estás bien? ¿Qué tienes, una entrevista de trabajo?". Sabiendo que ninguna frase puede explicar del todo a lo que me voy a enfrentar, murmuro algo así como que voy a entrevistar a un escritor, o más bien a un personaje, que además escribe, que me fascina. El camarero me mira con sorna. Primer momento de ridículo, de sentirme una idiota. "Pero no te preocupes, mujer, que si es tan de puta madre seguro que es un tío guay. No tengas miedo", me dice. ¿Un tío guay? Siento que me acerco a pasitos cortos a esa brecha que separa el personaje que amamos en la distancia de la persona que realmente es. Para relajarme, imagino sus vísceras, las tripas de Limónov, borboteando como las de cualquier otro, en la oscuridad del cuerpo.
Estoy en el local contiguo al edificio en el que, en un ático soleado, Eduard Limónov espera bebiendo vino, charlando con su editor (César Sánchez, de la editorial Fulgencio Pimentel) y la traductora (Tania Mikhelson, una niña prodigio de la traducción). Eduard Limónov, de nacimiento Eduard Savienko, hijo del proletariado ruso, adolescente gamberro, confeccionador de pantalones, poeta, novelista, político, mujeriego, sufriente por amor y causa de sufrimiento por amor, exiliado de la URSS, ocasionalmente gay entre los arbustos de Central Park, estalinista, punk, esteta, homeless, mayordomo de un millonario, personaje estrambótico de la vida cultural parisina de los 80, activista político, militar en el bando de los serbios, miembro de la resistencia contra el régimen de Putin, fundador del Partido Nacional Bolchevique, condenado a prisión y mundialmente conocido a raíz, sobre todo, de la biografía novelada que Emmanuel Carrére escribió sobre él, bebe vino y come productos riojanos a pocos metros de mí.
Sólo tengo que llamar al telefonillo, subirme al ascensor. Ha venido a España a presentar El libro de las aguas, publicado por la editorial Fulgencio Pimentel, unas memorias hermosas a más no poder, desgarradoras, intensas como sólo pueden serlo unos textos escritos en la cárcel por alguien que piensa que pasará 14 años en una celda -finalmente fueron 2-, unos relatos de aventuras que toman como hilo conductor las aguas que bañaron su cuerpo y su alma, y que hablan, sobre todo, de guerra y amor. Llamo al telefonillo.
Nadie lo ha mencionado en las diversas entrevistas y artículos que han ido saliendo estos días, pero es evidente, y al principio, sin poder evitarlo, se me encoge el corazón: Limónov, en nuestras cabezas, es indestructible, pero en la realidad, el tiempo ha pasado por su cuerpo: tiene unos 76 años frágiles, los brazos delgados -asoma de vez en cuando su limonka, el tatuaje de la granada de mano en el brazo, algo marchita- aunque la elegancia sigue intacta. Pelo y barba enteramente blancos, ojos impenetrables. Me estrecha la mano, se sienta. Y entonces, como un gas que se va expandiendo hasta intoxicar a todo un pueblo, siento cómo su mirada se nubla y lo envuelve un halo de autismo.
A lo largo de la entrevista, Limónov no me mira a los ojos en ningún momento. A lo largo de la entrevista, responde en voz queda, inaudible, a veces moviendo sólo los labios, para desesperación de la traductora y angustia mía. A lo largo de la entrevista, sonríe sólo una vez. Le pregunto algo y él responde desganado, cada vez más lleno de furia, cosas que no tienen que ver con mis preguntas. Hay dos veces en las que estoy a punto de irme. Él está a punto de irse todo el rato. De El libro de las aguas dice: "Es un éxito, uno de los mejores libros que escribí. Tenía que escribirlo y lo escribí". Silencio.
Le cuento que a veces tengo el capricho obsceno de la cárcel como retiro literario, que me escribo con dos presas de la cárcel, que las dos escriben, y que lo hacen cada vez más, casi compulsivamente. Noto en sus ojos un interés que se apaga casi inmediatamente. Parece que va a hablar. La traductora y yo mantenemos nuestras sonrisas congeladas. Limónov habla: "Escribí este libro en una cárcel de régimen especial para los enemigos de estado. La cárcel es una experiencia muy buena en muchos sentidos. No veo nada horrible en la cárcel. Es un lugar maravilloso para escribir libros: nadie te molesta, sientes mejor la profundidad de la vida estando encarcelado. Cualquier situación extrema, como por ejemplo la guerra, la cárcel o la emigración, es una prueba en la que la persona muestra todas sus cualidades, y a veces eso lleva a la gente a sacar fuera lo más interesante de sí misma. En la vida normal, en cambio, cuesta mostrar algo específico, la intensidad se pierde". 
 Vuelve a caer en un mutismo enfurruñado. Se mira incesantemente los dedos, los anillos: un trilobites negro, un grueso anillo de plata con la efigie de Mussolini. ¿Quién es ahora Limónov? ¿Qué hace? ¿Cómo es su casa? ¿Qué lee? ¿Escribe? ¿Por qué ese trilobites en el anillo? Quisiera saberlo todo, pero él corta las preguntas con un machetazo: "Mi vida ahora es horrible. Vivo como puedo. Pero mi vida ahora no importa. Me interesa más bien poco. A veces me cansa mi propia existencia, no me apetece demasiado pensar en ella. Me interesan las cosas del mundo exterior". Las palabras quedan suspendidas. Veo que se quiere ir. Le pregunto si se quiere ir. Ni siquiera me responde, sigue mirando al vacío.
Cuando comento que en este libro habla de agua, de guerra y de amor y sexo, salta ofendido: "¡Eso no es así! Yo no hablo de sexo; hablo de relaciones. De hecho, odio el sexo". Nos quedamos en suspenso. Sí, comprendo, yo también, después de leer El libro de las aguas, siento cierto agotamiento físico, un asco hacia todo ese trajín que conllevan las relaciones humanas: animales apareándose, buscando poseerse, sufriendo. Realmente, lo único que quiero decirle es: "¿Estás cansado, verdad? Yo también estoy bastante cansada". Y quedarme en silencio, como él, mirando al infinito. De pronto añade: "Nunca he forzado a nadie a amarme".
Me pregunto, y le pregunto, si él, este sabio que ha satisfecho sus ambiciones, que ha vivido tanto, ha conseguido al fin la calma, y me doy cuenta de que en realidad eso es lo único que me importa en esta entrevista: saber si el personaje está en paz, saber si ha descubierto que se puede estar bien en la nada más absoluta. Me mira enfurecido (pero al menos me mira) y, en un susurro feroz, me larga: "La entrevista como género es un intento de desenmascarar a una persona, de conseguir una supuesta verdad oculta, quitando todas las máscaras de un personaje, y eso es algo que no funciona con personas inteligentes. Freud se equivocaba pensando que se podían analizar todas las cosas, el origen de un libro. Los libros se escriben de forma azarosa, por casualidad, y los libros importantes que quedan en la historia son los libros que por casualidad ha descubierto algo. La única forma de valorar un libro es saber si ha descubierto algo importante. Un libro fracasado es un libro que no trae nada nuevo. Espero que tengas claro eso". Resulta casi amenazante.

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Los dos primeros títulos de Limónov en español publicados por ediciones del oriente y del mediterráneo

Limónov: fusiles y semen

Líder del Partido Nacional Bolchevique saltó a la fama en Occidente gracias a la novela biográfica escrita hace casi una década por Emmanuel Carrère. https://www.milenio.com/cultura/laberinto/limonov-fusiles-y-semen

er del Partido Nacional Bolchevique saltó a la fama en Occidente gracias a la novela biográfica escrita hace casi una década por Emmanuel Carrère. https://www.milenio.com/cultura/laberinto/limonov-fusiles-y-semen

Líder del Partido Nacional Bolchevique saltó a la fama en Occidente gracias a la novela biográfica escrita hace casi una década por Emmanuel Carrère.

Víctor Núñez Jaime
Madrid / 14.06.2019 21:25:21

Tiene aspecto de viejo moderno —alto, delgado, barba y pelo grises y bien cortados “a lo Trotsky”, gafas de pasta, pantalón de mezclilla, chamarra de cuero (que no deja ver la granada tatuada en un brazo)—, pero Eduard Limónov avanza por el Parque del Retiro sin llamar mucho la atención. Bajo un sol furioso, camina dispuesto a contar las batallas de su vida ante un puñado de personas y luego a encerrarse, con resignación, durante un par de horas en una de las casetas montadas a lo largo de todo el Paseo de Coches (el espacio del parque donde año tras año, desde hace 78, se lleva a cabo la Feria del Libro de Madrid), para dedicarle a sus lectores alguno de sus libros autobiográficos, incluido el más reciente editado en español, El libro de las aguas. El autor no ha llegado a España directamente de Moscú, sino de Valencia donde, a sugerencia de sus editores, se bañó en el Mediterráneo para ver si luego escribe algo sobre este cálido mar.

Limónov saltó a la fama en Occidente gracias a la novela biográfica o biografía novelada escrita hace casi una década por Emmanuel Carrère, en la que aparece como un personaje desmesurado y estrafalario, salvaje y paradójico, pendenciero y ambiguo, escurridizo y estrambótico, héroe romántico y majadero abominable, fascinante y detestable a partes iguales. Limónov, sin embargo, ha venido aquí para dejar claro que, a excepción de él, nadie puede retratarlo: “Carrère ofreció su visión de mí, una obra inspirada en mí, pero no soy yo, no me reconozco. Aunque le estoy agradecido porque lo hiciera. Tengo otros amigos que decían que iban a escribir un libro sobre mí, pero no lo hicieron. Carrère, además, es muy diferente a mí; él es un representante de la burguesía francesa, y yo no”, dijo en una carpa del Retiro, durante la presentación de El libro de las aguas.

Eduard Veniamínovich Savenko, su nombre completo, es un personaje poliédrico y complejo que ha construido su vida desde una profunda convicción rebelde, casi provocadora, con alma de creador punk. Este ensayista, novelista, agitador cultural, activista político, exiliado de la URSS, ex guerrillero (al lado de los serbios), ex vagabundo sobre el asfalto, ex mayordomo de un millonario y amante de “hombres negros, altos y de pene enorme” en Nueva York, enfant terrible en París, golpista ruso, director de un periódico de corte fascista, líder del postsoviético Partido Nacional Bolchevique es hoy, a sus 76 años de edad, un icono de la resistencia política contra el régimen de Vladimir Putin y, según los críticos, “un renovador de la literatura rusa”.

Es hijo de un militar que, desde pequeño, aspiró a seguir los pasos de su padre. Pero la miopía se lo impidió, pues usar lentes desde los ocho años ni siquiera le permitió hacer el servicio militar. Quizá por eso en su adolescencia se aficionó a la bebida, al hurto y a la lectura y después pasó por la cárcel y un hospital psiquiátrico. Cuando en 1958 decidió incursionar en la poesía, alcanzó cierto reconocimiento en círculos underground bajo el seudónimo de Ed Limónov, una palabra compuesta por “limón” y “granada o bomba de mano”. Todas sus experiencias las ha dejado en libros como Historia de un servidor, Diario de un fracasado o Soy yo, Édichka.
Limónov es detenido por autoridades rusas tras una protesta en Moscú. (AP)

Limónov fue encarcelado en abril de 2001, acusado de terrorismo, conspiración por la fuerza contra el orden constitucional y tráfico de armas (según el gobierno ruso, planeaba una revuelta militar para invadir Kazajistán). Durante los tres años de su estancia en prisión aprovechó para escribir El libro de las aguas. “Mi deseo en ese lugar era ser libre como el agua. Además, creí que me iba a pasar quince años en la cárcel y me estaba preparando para lo peor. Entonces recordé los episodios de mi vida y los recuperé”, contó hace unos días en Madrid.

En su libro, Limónov utiliza el agua (mares, ríos, lagos, estanques, piscinas, fuentes…) como hilo conductor de un relato que mezcla pasajes poéticos y crudos. “Fusiles y semen en los orificios de mis hembras amadas: he ahí el modesto resumen de mi vida”, afirma. Las playas del Pacífico, del Atlántico, de la mediterránea Ostia (Italia), donde asesinaron a Pasolini; el Volga, el Danubio, el Pacífico o el Panj, afluente del Amu Daria en la frontera entre Afganistán y Tayikistán, desfilan por las páginas de una obra con momentos de lirismo, patetismo y militarismo, en el que el protagonista es el autor: un personaje que parece ir de rey a mendigo.

En los años noventa promovió el concurso “La chica más bella de Rusia”, cuyo premio mayor era pasar una noche con él. “No soy partidario de las mujeres por la mera razón de que no soy una mujer. Es imposible que lo sea”, arguye. No importa que se le recuerde que el feminismo es igualitarismo: “Ya no se puede hablar de igualdad porque se ha desatado demasiado remordimiento. Así que imagino que esto acabará con un enfrentamiento entre ellos y ellas”. ¿Realmente tiene las ideas tan asentadas como parece? “No hay nada intencionado con mi obra y nunca he intentado provocar. Mis obras son productos temporales del temperamento y las ideas de un artista”, dijo ante un público anonadado al escuchar afirmaciones como “he estado en la guerra viendo pasar las balas muy cerca de mí y sigo vivo. Es casi tan emocionante como el sexo; me arrepiento de haber pasado 14 años con una mujer: podía haber convivido con cinco. El capitalismo y el comunismo están acabados. Marx nunca me ha caído bien”.

Encantado de conocerse a sí mismo, Limónov hizo gala de su fama de ególatra. “El mejor momento de mi vida fue en la cárcel, porque la cárcel eleva a una persona sobre sí misma. Lo único que falta es perspectiva: grandes espacios urbanos, paisajes… Si alguien tiene a algún familiar o a algún amigo entre rejas, mándale libros de fotografía o álbumes de fotos”, aconsejó. “Ahora tengo una novia. La veo los fines de semana, porque está casada con su marido. Mi primer hijo nació cuando yo tenía 63 años. Mi hija, cuando tenía 65. Recuerdo que con 22 años pensaba que no sobreviviría a los 30, que nunca procrearía, y sin embargo sigo vivo”, dijo en España el hombre que Emmanuel Carrère considera “un héroe cool”.
 
artículo completo en Milenio


Limònov: «Lo que aconsejo a todo el mundo es la rebelión»

El escritor y político ruso logró cierta popularidad gracias al libro que le dedicó el afamado autor francés Emmanuel Carrère. He aquí el retrato de un maldito

Javier Villuendas - ABC Cultural - MadridActualizado:

Eduard Limònov es una especie de Sánchez Dragó ruso amigo de la revolución violenta; en estos pagos le conocemos gracias al libro que le dedicó el afamado Emmanuel Carrère. Mujeriego y radical, fue vagabundo, mayordomo del dueño de Aston Martin, punk, poeta bohemio en París... Hasta que a sus casi 50 años le entró el gusanillo de la guerra. Y allí se fue como voluntario, estuvo en Abjasia y en Transnistria, entre otras. Persuadido por Aleksandr Dugin, de gran influencia actual en Vladimir Putin, fundó en los 90 el Partido Nacional Bolchevique, un engendro entre fascista y comunista. Y acabó encarcelado acusado de terrorismo, en donde escribió en el año 2002 «El libro del agua», estas memorias que ahora presenta en nuestro país. Un país que le ha recibido con llamativa aureola de «rockstar» y le ha llevado a los toros. Al colocar sobre la mesa el iPad y el móvil para grabarle, dice que parecen cosas nazis «por su brillo». El día anterior a esta interviú una periodista se marchó llorando tras conocerle.





«La puta y el soldado», las mujeres y la guerra, son los asuntos esenciales de su vida.

El libro fue escrito en la cárcel, es por eso. Me sentí como una persona que tenía que desaparecer durante 14 años, que era lo que me pedía el fiscal. Estaba evocando las páginas más vividas e intensas de mi vida. Y, efectivamente, eran las mujeres y la guerra.
El feminismo le calificaría de heteropatriarcado en su máxima expresión.
Soy un hombre mayor, tengo 76 años: ¿qué queréis de mí?

¿Cree que el feminismo va a cambiar políticamente el mundo?

Creo que se está aproximando una guerra entre hombres y mujeres. Las mujeres nos odian. Los hombres las fuerzan a quedarse embarazadas y a parir, y ellas están cansadas de eso. Y han renunciado. Las comprendo pero no soy una mujer sino un hombre. Creo que tarde o temprano tenía que suceder.

Rechaza ser un provocador, pero en el libro utiliza expresiones muy gratuitas para, por ejemplo con las mujeres, referirse a ellas como «zorras malolientes».

Todo eso se puede explicar con la condena que se me venía encima. Tenía 58 años cuando escribí ese libro y pensaba que iba a morir en la cárcel. Quizás sea un poco provocador pero no estaba esperando ningún resultado así que para mí tampoco lo es, era un recuerdo sincero. Puede que sea provocativo en el contexto actual pero es un recuerdo honesto.

¿Qué tal en la cárcel?

Estuve muy bien, me gustó mucho. Es un sitio en donde sientes por fin una cierta sabiduría. Nunca sufrí allí. Otros presos tachaban con furia los días en el calendario, uno tras otro. En cambio, yo decía: «Yo vivo aquí». Hay que vivir en la cárcel, no esperar a que te libren. Escribí allí siete libros.

En España hay un famoso (Coto Matamoros) que se le acababa la condena y pidió alargarla para pasar la Navidad con otros presos.

Sí, eso puede suceder.

Dice no reconocerse en el personaje de Carrère. ¿Qué le parece como escritor?

Creo que es peor escritor que yo. No es solo mi opinión, lo dice más gente. Otros libros suyos tanto anteriores como posteriores son mucho peores que el que me dedicó. Por ejemplo, he intentado leer el libro de San Pablo y, aunque leo perfectamente en francés y soy un lector muy aplicado, no pude leer más de 250 páginas. Sin embargo, le estoy muy agradecido porque me presentó al mundo burgués de Francia. Él pertenece a una capa social muy especial. Su madre es secretaria de la Academia francesa y su padre es un empresario importante. En Rusia este tipo de personas se les llama oligarcas, personas que acumulan mucha riqueza y poder. En total, se vendieron 800.000 ejemplares en Francia y nueve ediciones en Italia.


En una pancarta de su Partido Nacional Bolchevique se leía: «Rusia lo es todo. Lo demás, nada». ¿Por qué su nacionalismo es mejor que el de otros?

No es nacionalismo, es imperialismo (risas). El nacionalismo es la ideología de un pueblo, en cambio nosotros abarcamos muchos pueblos: como los yakutos, los buriatos... Es por eso que lo somos todo, somos un imperio. El Gobierno ruso tiene miedo de contar cuántos musulmantes tenemos en el país, aunque han podido contar a todos los perros errantes para ponerles fichas con un número.

¿Siente nostalgia de la Unión Soviética?

No soy una persona propensa a sentir nostalgia, ni siquiera por mi propia vida. Hay que valorar sobriamente el significado histórico de la Unión Soviética.

Su afición a la literatura del yo, su priorizar la nostalgia por su propia vida antes que por cualquier otra cosa, no le acerca al individualismo liberal.

No soy individualista, soy líder de una organización política. Nuestro lema político es: «Putin no llega, Putin es poco». Proponemos algo más agresivo que Putin, más decidido. Tenemos muchas cosas por hacer. Tenemos ciudades fuera del país en Kazajistán, por ejemplo. El presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, va a palmar bastante pronto y, entonces, será absolutamente impredecible. En cuanto muera Nazarbáyev, el país será dividido entre China y Rusia. Hay millones de ruso-hablantes, muchos de los alemanes deportados en los tiempos de Stalin, quedan allí sus nietos, que son ruso-hablantes. Toda esa población se inclina hacia Rusia. No es una conquista, es una reconquista (risas). Hay una población muy importante allí de los cosacos, que no son kazajos. Y tenemos que recordar la rebelión cosaca del s.XVIII de Yemelián Pugachov, un líder muy importante. Fue una rebelión popular y puede suceder algo parecido. Precisamente mi condena estuvo relacionada con un intento de invadir un territorio del este de Kazajistán. 


Usted, públicamente, decía que eso no era cierto.
Voy a ahorrar mi confesión si me permites. Hay mucha gente concernida.


Lo de «Putin es poco» es lo que piensa el ideólogo político Alexander Dugin, con quien usted fundó el Partido Nacional Bolchevique antes de perder hasta la amistad que os unía.
Sí, ya no somos amigos pero tenemos un pasado en común y un interés conjunto. Nos hemos educado con las mismas ideas, unas ideas que están muy cercanas a Alain de Benoist en Francia. En mayo estuve en París, hice una conferencia sobre Benoist. Es un pensador cercano a mí y a Dugin. Conozco sus ideas desde hace 30 años. 


La reivindicación y lucha de los chalecos amarillos le interesa.
 
Lo veo como una lucha del pueblo contra las élites.
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Eduard Limónov: "Puigdemont fue un gallina"

El legendario escritor y político ruso, convertido en memorable personaje por Emmanuelle Carrère, pasea su fascismo chulesco por Madrid


El autor publica 'El libro de las aguas', otro libro de memorias que escribió mientras era prisionero de Vladimir Putin

Elena Hevia - El Periódico - Madrid - Sábado, 08/06/2019 | Actualizada 09/06/2019 - 15:10

Fotografía de David castro - elPeriódico

Impresiona ir al encuentro de un personaje como Eduard Limónov. Da un poco de miedito, la verdad.  Se podría decir que es como mirar a los ojos y hacerle preguntas a Charles Manson o al mismísimo Belzebú; aunque Limónov, sí, él en persona, calculadamente no mira directamente a su interlocutora hasta bien avanzada la difícil conversación. La cita es en el Retiro madrileño, en la Feria del Libro, ante la estupefacción de los visitantes que no acaban de creerse que el ruso, el legendario personaje de la novela factual de Emmanuel Carrère, sea alguien de carne y hueso. Con elegante atildamiento, anillos en las manos y una perilla romántica como de Trotsky recién salido de la dacha, Limónov luce a sus 76 años igual de irreductible que hace 20, cuando Putin lo mandó a la cárcel. Allí escribió el texto que ha venido a presentar, ‘El libro de las aguas’ (Fulgencio Pimentel), nueva reescritura de su vida, en la que hay, adivinen, mucho misticismo heroico, delirios de grandeza asumidos y frases que se clavan en la mente como disparos. Resumir su vida como “fusiles y semen en los orificios de mis hembras amadas” es la más suave. 
Lo de Belzebú podría parecer una exageración. Pero si se tiene en cuenta que la bandera del partido que este escritor y político fundó al regresar a Rusia, el Partido Nacional Bolchevique (PNB), es sencillamente la enseña nazi con una hoz y un martillo en lugar de la cruz gamada y que formó parte de patrullas de francotiradores a las órdenes de Radovan Karadzic, la cosa no suena tan descabellada. En sus múltiples reencarnaciones fue chico de la calle en la Rusia postestalinista -lo que ofrece un plus de dureza berroqueña-, se codeó con Andy Warhol y con la escena punk del CBGB en Nueva York y sobrevivió allí como chapero de afroamericanos inmensos (aunque se las da de Don Juan otoñal, Limónov siempre ha gozado de lo mejor de ambos mundos), escritor de culto a lo Henry Miller, líder fascista ya en su país, tras el desmantelamiento soviético. “Regresé porque no quería envejecer tranquilamente en Francia y me parecía, como así fue, que la vida en Rusia iba a ser más interesante”. Su llegada fue la del hijo pródigo: más de cuatro millones de libros vendidos.
Decir de él es que es un nostálgico del estalinismo de puño de hierro no acaba de definirlo. Hay cosas que no cuadran: como por ejemplo que Elena Bonner, la viuda de Andréi Sajarov -¡el disidente, el premio Nobel de la Paz, la conciencia moral de Rusia!- dijera que era un tipo estupendo. “Lástima que lo hiciera demasiado tarde”, se lamenta Limónov, rabioso. Por su parte, Josif Brodski lo tildó de “bicharraco pornógrafo”, en atención a sus amores eléctricos –intentó suicidarse por algunos- y a sus opiniones explosivas. Y es que Limónov tuvo un apellido real del que nadie se acuerda. Su seudónimo procede de la palabra rusa ‘Limonka’, como el diario que fundó ahora prohibido, y que quiere decir granada de mano. 

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