viernes, 7 de junio de 2019

LIMÓNOV, DE AUTOR VILIPENDIADO A AUTOR RECONOCIDO

La visita de Limónov a España para presentar El libro de las aguas está alcanzando amplia repercusión, en parte gracias a ese mediocre best-seller titulado precisamente Limónov que Carrère escribió resumiendo sin demasiada gracia los textos más autobiográficos del controvertido autor ruso.

 

Eduard Limónov: “Para mí siempre he sido alguien convencional”

Polémico y controvertido, la intensa figura del escritor ruso opaca, en ocasiones, una obra literaria prolija y de gran calidad. Un ejemplo es El libro de las aguas, volumen de memorias que publica en España Fulgencio Pimentel 







«Creo que utilicé muy bien el tiempo de mi vida. No tenía ninguna oportunidad cuando nací, pero violé mi destino». Un simple vistazo a la nutrida y ecléctica biografía de Eduard Limónov (nacido Eduard Savienko en Dzerzhinsk en 1943), que incluye una juventud de poeta vanguardista y delincuente, un exilio de indigente en Nueva York, el éxito literario en el decadente París undergroud de los 80, su participación como miliciano serbio en la Guerra de los Balcanes y su paso por la cárcel de vuelta en Moscú como disidente político y fundador del postsoviético Partido Nacional Bolchevique; por citar lo más relevante, lo corrobora.
Este currículum hace difícil reconocer al personaje, ese con el que Emmanuel Carrère construyó su más afamada novela, Limónov, Premio Renaudot 2011, en el hombre enjuto, de refinado humor y nada chulesco que comienza la charla con cierto desinterés, algo ensimismado. Ni siquiera parece inmutarse al recordar cómo nació El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel), estas memorias que escribió entre 2000 y 2003 as su paso por la cárcel para enemigos del Estado de Lefórtovo. “El fiscal había pedido 14 años de régimen especial y yo ya estaba próximo a los 60, por lo que sospechaba que ya no iba a salir. Así que me dediqué a exprimir mis recuerdos escribiendo varios libros a la vez, entre ellos éste, que podría ser algo así como un testamento de mis vivencias”.  Pronto, la conversación se enciende y el brillo en los ojos de Limónov revela paulatinamente al punki agitador y rebelde que siempre ha estado ahí.
 Pregunta. En el prólogo dice que repasando las primeras páginas “no he podido hallar más que guerra y mujeres”, ¿cuánto de impostura hay en sus recuerdos, es todo real?
Respuesta. Nunca he necesitado inventarme lo que escribo, tengo suficiente con volcar lo que he vivido. Soy consciente de las emociones que despiertan mis libros, pero nunca he escrito para los demás, sino para mí mismo, por lo que, aunque me gusta ser reconocido y leído no quiero gustar a todo el mundo. En este caso, los de las guerras y las mujeres eran los recuerdos que acudieron más vívidos a mi mente. Nikolái Gumiliov (marido de Anna Ajmátova fusilado en 1921 y prohibido en la URSS), que era un poco como el Kipling ruso, tenía un poema sobre un conquistador español perdido en la selva, que a punto de morir se pone a recordar a las mujeres de su vida y las guerras. Un verso dice que su vida fue: “ora mantillas, ora cañones”.
P. Por encima de todo, del bohemio, del revolucionario, del político… está el escritor, ¿qué le empuja a escribir, de dónde viene el impulso de convertir su vida en material literario?
R. Mi manera de narrar es esa, actúo como un mero representante de la especie humana. Como se ha venido demostrando en los últimos años, un gran número de lectores se ha cansado de la ficción, les encantan las biografías, las vidas ilustres de personajes históricos. Pero, ¿si es una vida real, por qué no narrar la de cualquiera? En realidad, da igual si soy yo el protagonista, podría ser cualquier otro. Mi héroe es parecido al turista que se está sacando una foto con una pirámide egipcia al fondo, una persona, un hombre pequeño, con algo grande en el fondo, que es la época que me rodea, sea mi infancia de posguerra o los años 80. Para mí mi figura siempre ha sido algo convencional, no hay nada de delirios de grandeza, ni de especial en mí.
P. Entre sus más de 50 libros también hay multitud de poemarios. Ha asegurado que escribir poesía es una actividad casi medieval, una especie de excentricidad en el siglo XXI, ¿por qué sigue siendo fiel a ese vicio, qué le aporta?
R. La poesía es simplemente un deseo, una necesidad personal. Es algo que me encanta, y aunque sea consciente y mantenga que es algo anacrónico, medieval, cultivarla me aporta un genuino y puro placer estético.
P. Ya era muy famoso en Rusia y conocido en Occidente, pero su figura se hizo viral tras la novela de Carrère sobre su vida, ¿qué se siente al verse convertido en un personaje de otro? ¿Reconoce al Limónov de esa novela?
R. Soy una persona suficientemente inteligente como para protestar por algo así. Carrère generalizó y simplificó muchos aspectos de mi vida y los presentó más vulgares y sencillos. En este sentido me reconozco a veces, la mayoría no, pero es cierto que no soy el Limónov de la novela de Carrère. Sin embargo, le estoy agradecido por el libro y por todo el interés que ha provocado, le debo este favor.

Un punki en la política

El libro de las aguas, quizá el más importante de los muchos volúmenes de memorias de Limónov por las especiales circunstancias en que fue escrito, abarca varias décadas de una trayectoria vital tan rica que parece albergar muchas contradicciones. Por ejemplo, el escritor ha sido adalid del movimiento punk y del anarquismo, a la vez que luchó como militante serbio en la Guerra de los Balcanes, cruda época que relata en el libro. “Yo no veo contradicción, el punk y la guerra me parecen acciones de un mismo tipo. De hecho, cuando en el año 93 creábamos el Partido Nacional Bolchevique, decenas de miles de punks rusos se adhirieron”, recuerda.
Y es que además de escritor admirado en su país, Limónov volvió tras el fin de la URSS para liderar un partido que defendía la unión del bolchevismo y el nacionalismo. Una visión que entronca con el actual devenir de la política mundial, donde según el escritor “la lucha política ya no se divide en izquierdas y derechas, sino entre el pueblo y las élites. En el fondo mi partido siempre fue una organización extremista y lo que queda lo sigue siendo. Pero hemos perdido nuestra dotación humana, porque el movimiento punk ha muerto en Rusia”, se lamenta. “Aunque también hay nuevos miembros, hace poco entregué unos carnets del partido a gente nacida ya en el año 2000”, dice entre divertido e impresionado, pero es realista, pues sabe que “los partidos de este tipo no ganan las elecciones. Si toman el poder será por azar, durante alguna revolución ni siquiera hecha por ellos”.
P. Estamos acostumbrados a la visión de Rusia que se tiene en Europa, muchas veces distorsionada, pero ¿cómo se ve Europa Occidental desde Rusia?
R. No puedo contestar por toda Rusia, claro, pero personalmente veía Europa hace pocos años como un continente moribundo y sin futuro. Me parecía que Oswald Spengler estaba en lo cierto con su libro La decadencia de Occidente. Pero desde hace un par de años he vuelto a viajar y he visto a la gente dispuesta a resistir contra la invasión pacífica de Europa por los bárbaros. A mí eso me llena de alegría. Como dice el himno de Ucrania, en este caso aplicado a Europa, todavía no está muerta.
seguir leyendo

 



 

Una leyenda suelta: Eduard Limónov presenta sus memorias

Javier García - latercera.com


El escritor ruso, fundador del Partido Nacional Bolchevique, ex presidiario, miliciano bisexual y protagonista de la obra más elogiada de Emmanuel Carrère, se encuentra en España y este viernes firmará ejemplares de El libro de las aguas, en la Feria de Madrid.
Mientras estaba encarcelado acusado de terrorismo y tráfico de armas, en la prisión de Lefortovo, en 2001, Eduard Limónov (76) escribió El libro de las aguas. El volumen de memorias es para la crítica su mejor obra, dentro de una producción que supera los 50 títulos.
“He tratado de pescar en el océano del tiempo las cosas verdaderamente esenciales para mí y, releídas las cuarenta primeras páginas del manuscrito, no he podido hallar más que mujeres y guerra: he ahí el modesto resumen de mi vida”, anota Limónov, en el prólogo de El libro de las aguas, quien por estos días se encuentra en España. “El agua lleva y se lleva todo; es imposible bañarse dos veces en las mismas aguas”, agrega.
El escritor ruso, polémica figura pública, delincuente juvenil, poeta vanguardista underground, disidente soviético en Moscú, miliciano serbio en la Guerra de los Balcanes, opositor a Vladímir Putin y admirador de Stalin, este viernes firmará ejemplares de El libro de las aguas, en el Parque de El Retiro, en la Feria del Libro de Madrid.

Seguir leyendo

Y Limónov anduvo sobre las aguas

El Cultural - 3 de junio de 2019

Extravagante, novelesco y escandaloso, Eduard Limónov saltó a la literatura occidental antes como personaje que como escritor. Publicamos en exclusiva unas páginas de la considerada su mejor obra, El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel).


Delincuente juvenil, poeta vanguardista underground, recluso en un psiquiátrico, disidente soviético en Moscú, indigente en Nueva York, mayordomo de un millonario, escritor de éxito en París, miliciano serbio en la Guerra de los Balcanes, golpista ruso, detenido sin cargos, director de un periódico de corte fascista, líder del postsoviético Partido Nacional Bolchevique… Eduard Limónov (nacido Eduard Savienko en Dzerzhinsk en 1943) es uno de los personajes más extravagantes, novelescos y escandalosos que han dado las letras rusas de las últimas décadas. Considerablemente prestigioso en Rusia como escritor, pensador y político de extrema izquierda, Limónov llegó a Occidente convertido en personaje de uno de los más complejos juegos entre realidad y ficción del escritor francés Emmanuel Carrère, Limónov, Premio Renaudot 2011.

El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel), para muchos el mejor trabajo del ruso, fue escrito mientras se hallaba encarcelado en una prisión militar, acusado de terrorismo y tráfico de armas. En una inmersión radical en su ecléctica y anómala biografía, Limónov utiliza el agua (mares, ríos, lagos, estanques, piscinas, fuentes…) como hilo conductor de un relato que mezcla pasajes poéticos con otros de viva y descarnada crudeza. “He tratado de pescar en el océano del tiempo las cosas verdaderamente esenciales para mí y, releídas las cuarenta primeras páginas del manuscrito, no he podido hallar más que mujeres y guerra: he ahí el modesto resumen de mi vida”, asegura en el prólogo.

“Cada vez que un personaje de novela escribe un libro sabemos que pasarán cosas. Sin embargo, por mucho que ame el líquido elemento, el propio Limónov no es agua potable. Apóstol del nacional-bolchevismo, logra condensar dos barbaridades en una. Es fanfarrón, amoral, megalómano, egocéntrico, falocrático. ¿Por qué disfruto tanto al leerlo? ¿Será que me vuelvo yo también un fascista estalinista?”, se pregunta el escritor Frédéric Beigbeder. “Carrère lo vio antes que nadie: Limónov ama la revolución porque es un romántico. Al igual que Céline, está equivocado políticamente, pero literariamente tiene razón”.

Seguir leyendo

Limónov: "Viene una lucha armada entre mujeres y hombres: ganarán ellas, tienen más odio"

"He estado en la guerra viendo pasar las balas muy cerca de mí, y sigo vivo. Es casi tan emocionante como el sexo" / "Me arrepiento de haber pasado 14 años con una mujer: podía haber convivido con cinco" / "El capitalismo y el comunismo están acabados" / "Marx nunca me ha caído bien". 

Lorena G. Maldonado - El Español 8 de junio de 2019

 

Hay seres humanos que no aguantan ni el registro de emociones de una cucharilla del té. Luego hay otros, como Eduard Limónov, que se encargan de retorcer la vida por el pescuezo, por él y por todos sus compañeros, hasta hacerla vomitar vanguardias, fracasos, encierros, poemas, milicias, golpes, aventuras, delirios y sexo enfermo. ¿Va en serio, Limónov, o es en sí mismo una coña artística? ¿Se ríe del mundo, Limónov, o somos nosotros los que no entendemos su chiste radical, su chiste tan severo?
Es todos los hombres, Limónov, o quizás ya no es ninguno. Ha tejido con tanto cuidado su personalidad múltiple que ha acabado convertido en un personaje, y esos -como decía Alvite- nunca merecen un reproche, sino una crítica literaria. No se puede, no se debe juzgar a un ser humano como él, no al menos desde los criterios morales de la España de 2019 -tan faltos de imaginación-, porque él frecuentó los círculos clandestinos de la Unión Soviética, porque se exilió y fue vagabundo y mayordomo y autobiógrafo en Nueva York, porque contó que le gustaban los “negros grandes del Bronx” y revolucionó París con sus novelas excesivas, porque de camino le dio tiempo a pasar por los Balcanes y a apoyar hasta las últimas consecuencias la causa serbia, porque regresó a su tierra para fundar un partido nacional bolchevique que fue prohibido. Dirigió un periódico de corte fascista; fue sastre autodidacta, residente en un psiquiátrico y espíritu libre militante. Juega al despiste. Juega, juega, juega todo el rato. Ahora le ha dado por derrocar a Putin, pero a saber cuál será su próxima guerra. Ya casi sopla ochenta y persiste lúdico, contradictorio, infatigable. 
Transgrede contra el aire mismo, Limónov, tomando un vino en esta terraza de un sexto piso con vistas a la plaza del Dos de mayo. No se siente un polemista: dice que no sabe ser de otra forma. Intenta escapar de su propia desmesura con el éxito de un hámster en una rueda. Quizá tenga razón y es la sociedad la que se ha domesticado mientras él deambula por el lado más bestia de la vida. Quizá tenga razón y la diferencia entre él y el resto de los mortales es que siempre salta.
Limónov por Jorge Barreno

Limónov, es, tal vez, la diferencia entre hacerlo y no hacerlo; el último de los hombres de una generación que ya no existe, el último resquicio de punk en los Estados de Bienestar. Una reliquia hecha carácter que no quiere ni oír hablar de Limónov, ese extraño en cursiva que aparece en la célebre obra de Carrére. No es él, dice. Nunca lo fue. Me lo dice el editor de Fulgencio Pimentel -la editorial con la que ahora presenta El libro de las aguas en España-, y me viene bien saberlo para ocultar con disimulo el libro en el fondo de mi bolso mientras nos sentamos a la mesa. No vayamos a tocarle las narices antes de tiempo. “Los españoles me recordáis a los alemanes del sur. Tenéis cierta disciplina”, me cuenta. “Estuve otra vez aquí, en los ochenta, y recuerdo que vi a unos policías con armas abiertas en una librería. Pensé: ¡Ni siquiera en la Unión Soviética…! Había muchísimos vagabundos. Fue fuerte incluso para mí”.
Lo cierto es que impone su esqueleto largo y delgado, sus cabellos canos con tupé rebelde, su móvil Nokia-ladrillo que redondea a la perfección esa idea de que viene de otro tiempo. Charlar con él es amasar material explosivo o tontear con un animal salvaje que hoy viene de buenas. “Yo sólo soy un señor mayor, un buen ciudadano. Algo por el estilo”, dice, cuando se le pregunta quién es en realidad. “El mejor momento de mi vida fue en la cárcel”. Allí habitó entre el 2000 y el 2003, acusado de tráfico de armas. “La cárcel eleva a una persona sobre sí misma. Lo único que falta es perspectiva: grandes espacios urbanos, paisajes… mira, si tienes a algún familiar o a algún amigo entre rejas, mándale libros de fotografía o álbumes de fotos”, aconseja. 
“Se está muy bien ahí, te lo digo en serio. Porque lo tienes todo en tu cabeza. En el ordenador personal de tu cabeza. La vida en la cárcel también es una vida y la actitud adecuada, sencillamente, es vivir ahí, hacer uso de tu imaginación, leer libros y crear ideas. Allí nadie te molesta, nadie te interpela. No hay mujeres, no hay alcohol”. Allí no hay vicios, subraya, sólo “virtudes”. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario